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El Telégrafo

La Casa de la Cultura agoniza

03 de mayo de 2013

Para muchos de nosotros la Casa fue, en verdad, un lugar de encuentro y aprendizaje. Un lugar que marcó nuestro destino y nuestra vida misma. Recuerdo, como si fuera ayer, mi primera función en el teatro Prometeo, el deslumbramiento que sentí cuando en medio de una total oscuridad emergió la figura vital y poderosa  de Wilson Pico.  Al terminar la función era otro, no sabía que eso se podía hacer con el cuerpo.  Y que los sentidos también servían para conmovernos y  transformarnos.  

Y luego, ya en la universidad, el ser parte del taller de literatura que coordinó Miguel Donoso Pareja, repatriado desde México por la Casa de la Cultura, y que sin duda no solo orientó, sino que cambió mi vida literaria y personal. Durante algunos años, esa Casa fue un lugar obligado, en donde compartimos innumerables momentos vividos a plena satisfacción, y en medio de discusiones y reflexiones, de ejercicio salvajemente crítico; y también de enojos (un presidente prohibió mi ingreso, por una crítica que había escrito en la recordada La Liebre Ilustrada). Conocía cada rincón, cada sala, cada auditorio y hasta cada oficina.

Sin embargo, poco a poco la Casa se fue volviendo vieja, carcosa y malhumorada, la caspa pobló sus hombros, se fue vaciando. Por ello no he encontrado razones para volver, aunque hace un mes regresé, por casualidad, para ver una exposición de pintura en la sala Miguel de Santiago. Debí salir pronto antes de que la desolación de aquella inauguración me atrapara y me degollara.

La Casa perdió su rumbo. Se fue poblando de una burocracia inútil. De espacio vivo y dinámico se fue tornando depositario de residuos obsoletos. De aquellas propuestas, de ruptura y subversión, ya no queda nada, apenas la valentía y la resignación de algunos artistas que sobreviven en lugares inadecuados y sin condiciones mínimas para el trabajo. Y no se trata solo de recursos económicos, hace mucho tiempo que quedó caduco su modelo de gestión. Y no ha sido capaz de reinventarse.

Por eso, leer la carta que el actual presidente Pérez Torres ha remitido al primer mandatario Rafael Correa solo revela la angustia y desesperación de alguien que quiere y no puede. Que sabe que todo debe cambiarse y no sabe por dónde empezar. Solo pide que el Presidente, así como visita los puentes y las carreteras, visite también la Casa.  Pérez Torres lleva ya 9 meses al frente de la Casa, y no sabe su destino.

No conoce, por ejemplo,  qué rol deberá cumplir la Casa como parte del Sistema Nacional de Cultura ni cuál será la posición del Gobierno Nacional con la autonomía en la nueva Ley de Cultura.

El propio Raúl Pérez, cuando candidato, dijo: “Hay que llamar a los doctores, la Casa está enferma”. Hoy está agonizante,  desahuciada.  Y al final, volvemos a lo mismo: “No puede haber una revolución ciudadana, si a la par, junto a ella, no hay una revolución cultural”.

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