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El Telégrafo

La Alianza del Pacífico: Sueño neocolonial

14 de octubre de 2013

Si las izquierdas “radicales” en el Ecuador dan cuenta de poca innovación ideológica, para el caso de la derecha criolla el asunto es más grave aún. Basta analizar sus discursos para observar un anquilosamiento -en lo político- ético que aún persiste e insiste en el centralismo economicista del libre mercado, negándose a reconocer los fracasos a nivel mundial que el neoliberalismo ha tenido o que aún está causando, como en el caso de Europa. A falta de iniciativa nacional, toma como ejemplos el caso de la Alianza del Pacífico para pregonar un mundo mejor a partir de una exclusiva integración económica; de auspiciar mejores tiempos con la firma de Tratados de Libre Comercio, aunque ahora se llamen Alianzas. Lo vergonzoso de todo esto es que ignoren -a pesar de que pasen por ser cultos, embajadores de las cultura, gracias a que fueron beneficiarios del viejo Estado ecuatoriano- lo que ha sucedido con las poblaciones que ahora ponen como ejemplo a seguir.

El caso del Estado mexicano es relevante, cómo comparar su crecimiento económico, ahora a punto de entrar en recesión, con la consolidación de una violencia social que pone contra las cuerdas al propio sistema estatal, que según muchos ha configurado un narco-Estado. O Colombia, donde la violencia se enquistó de tal manera que aún hoy en día los sectores más retardatarios hacen todo tipo de esfuerzo para que no se alcance un acuerdo de paz con las fuerzas insurgentes. O Perú, en el que cerca del 25% de su población vive en pobreza. Cerca de 7 millones de peruanos, de los más de 28 millones, vive en condiciones deplorables, tanto que en este país como en Chile han comprendido que la pobreza no puede ser medida solo por el nivel de ingresos sino que tiene que ser multicriterial. La pobreza en Chile llega a un 18% de su población, pero a la vez es considerada la economía más avanzada de Latinoamérica. Todos estos países con crecimiento “ejemplar” han dado cuenta de la falta de políticas de redistribución de la riqueza, como de una ejemplar política de inclusión. Han tenido crecimiento, pero para beneficio de pocos; con más circulación de capitales lo que ha crecido es un mercado interno que ha provocado la imposición de valorar más el ser un consumidor que un ciudadano.

La pregunta que cabe es saber quiénes se benefician del crecimiento económico, de las inversiones extranjeras privadas, de la apertura económica, de la llamada “seguridad jurídica” o son las mayorías o las minorías oligárquicas. Queremos un mundo a imagen y semejanza de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económica (OCDE), el club de los países ricos, o un mundo que redistribuya la riqueza acumulada en pocas manos pero producida por la mayoría del mundo. La derecha, retardataria por tradición, aún invoca la fantasía del libre mercado como la solución final a su raquítica incapacidad de pensar en las mayorías como seres humanos iguales, diversos, forjando una sociedad justa y equitativa.

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