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El Telégrafo

Justicia y meritocracia

16 de mayo de 2013

Los nuevos tiempos en que vivimos se caracterizan por haber convertido al mundo en una aldea global, tal como lo afirmó el filósofo canadiense de la “teoría de la comunicación”, Marshall McLuhan. Nada está realmente lejos ni desconectado. Lo que ocurre en el lugar aparentemente más apartado de la Tierra se sabe al instante en todas partes y puede influir de manera sensible en otras cosas que suceden en el extremo opuesto del planeta.

Esa verdad es impuesta por la globalización, que nos lleva de un lugar a otro en cuestión de minutos; por la liberalización de la producción mundial, que permite que las partes de un producto sean trabajadas en varios países o continentes al mismo tiempo y luego ensambladas en otro diferente; por la apertura de los mercados, que permite mover las mercancías de una sociedad a otra con las facilidades legales que no tienen los migrantes para ingresar a cualquier país; por el desarrollo tecnológico de los medios de difusión, que nos proporcionan los datos de los temas más insospechados; por la sociedad del conocimiento, que permite evaluar la importancia de las cosas concretas y las intangibles, porque el valor de los bienes materiales puede ser insignificante frente a una idea bien concebida y estructurada para transformar una realidad; por una toma de conciencia de que las personas no son objetos ni pueden ser manipuladas como tales, sino sujetos que tienen sentido de la dignidad.

Que para sustentar la vida y desarrollarnos, los seres humanos necesitamos mayores oportunidades de empleo, situación que solo se consigue con más inversión productiva nacional y extranjera que permite sostener una dinámica económica que nos beneficie a todos. Y para actuar con un mínimo de posibilidades de error en esta época tan compleja se requiere, por una parte, que hagamos conciencia de la necesidad de contar con un sistema de justicia ágil, eficiente y eficaz. Y, por otra parte, debemos alcanzar la necesaria especialización en el campo del saber jurídico, que permita aprender y aprehender al detalle la materia en la que decidimos concentrar nuestros conocimientos, sin olvidarnos del fortalecimiento de la cultura general.

Sin un marco legal adecuado a estos tiempos y sin jueces probos que impartan justicia no hay democracia, y sin democracia no puede existir el clima de paz necesario para el progreso material y social. Pero sin la especialización de los administradores de justicia, sus actuaciones serán deficientes, burdas e improvisadas.

En nuestro país hay que impulsar la meritocracia y evitar la mediocridad. Los más capaces y preparados deben instruir a los menos capaces para que estos no sean manipulables. A los especialistas hay que colocarlos en sus áreas de mayor influencia, para eso invirtieron en su capacitación. Ahí son más útiles.

Así fortaleceremos la institucionalidad del Ecuador.

La justicia y la especialización caminan de la mano. Si falta esta, aquella deambula. Que a nadie le quepa la menor duda.

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