Publicidad

Ecuador, 27 de Septiembre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo

Jorge Videla, asesino

21 de mayo de 2013

Murió el símbolo de la dictadura más sangrienta de la Argentina. El genocida más despiadado que conoció la historia argentina en el último siglo. En una cárcel común del penal de Marcos Paz, donde cumplía su condena por crímenes de lesa humanidad, como debe ser para los dictadores. Las palabras sobran, los adjetivos pierden sentido a la hora de explicar la perversidad de su figura.

Su nombre nos lleva a la fecha que inauguró el momento más trágico para el país: el 24 de marzo de 1976. Umbral del terrorismo de Estado que tuvo a la ESMA como ícono de los campos de concentración, con torturas y desaparición sistemática de personas que comenzó a tomar forma de número, el que más quebranto nos causa al empezar el otoño: 30.000. Para los argentinos, para los familiares de víctimas del terrorismo de Estado no es un número más. Es el hecho maldito de saber que en esa cruel estadística está uno de sus hijos.

El golpe cívico-militar adoptó una denominación singular emulando los tiempos en que gobernó la oligarquía a fines del siglo XIX: El Proceso de Reorganización Nacional. Todos decían en las calles, en sus casas “el proceso”, refiriéndose a la dictadura criminal. Respondía como bien sabemos al esquema diseñado por la Casa Blanca para borrar de un plumazo a los gobiernos populares y los movimientos revolucionarios que estaban tomando protagonismo en el cono sur. La dictadura argentina no fue un caso aislado y tenía un brazo ejecutor. Ese era Jorge Rafael Videla. El hombre pragmático del núcleo de facto. Una de las piezas clave en el ajedrez del Cóndor.

Sucumbía la soledad como antología irremediable. Los golpes de Estado abrían la noche más larga para nuestra región. Las cruentas realidades se acercaban peligrosamente y se volvían una sola. La empatía popular nacía más como una urgencia que como un acto de sensibilidad latinoamericano y el destino se hacía cada vez más incierto.

Impunidad era la palabra que oscureció al país por más de una década. Había despertado en esos tiempos de injusticia: Nunca Más un Videla. Nunca Más una dictadura. Recién atendido en el 2007 como una política de Estado, lo que posibilitó enjuiciar y condenar en 2012 a Videla a 50 años de prisión.

La muerte de un asesino como Videla nos convoca a ejercitar el músculo de la memoria, a no olvidar sus crímenes y la época de terror que instauró desde el Estado como uno de nuestros principales verdugos. Ahora, ¿sirve de algo que se muera? No. Es un consuelo para mediocres. La muerte es la mejor salida, la escapatoria a una justicia que logró condenar a este genocida por tanta sangre derramada.

*Ensayista y escritor. Integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela, de Argentina

Contenido externo patrocinado