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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Iglesias vs. Negri

09 de junio de 2015

Hace una semana salió una extensa entrevista realizada por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, al filósofo italiano Toni Negri, tal vez el teórico más destacado de la abigarrada galaxia del marxismo autonomista. La entrevista aborda una pluralidad de nodos políticos actuales, muchos de los cuales tienen que ver con los horizontes estratégicos de la transformación social, y otros de valor más histórico, aunque no por eso menos preñados, y que se entrelazan con la biografía de Negri.

Pero en el medio de todo se entrevé también una trama personal, no exenta a su vez de ricas reverberaciones políticas. ¿No es la conversación entre los dos una maravillosa subversión de la parábola del hijo pródigo? Pablo Iglesias vuelve al padre intelectual del cual se ha distanciado, pero no para buscar reconciliación, sino para reivindicar su atrevimiento. Lo hace manteniendo intacta la consideración: no niega del todo esa filiación, no destruye al padre, pero tampoco rehúye los puntos de disenso. Incluso, es Negri quien intenta allanar las diferencias y buscar momentos de empalme.

En efecto, Negri trata de alcanzar a Podemos, procura compatibilizar sus teorías con el ideario del joven partido español en un intento que no condice del todo con las a menudo opuestas afirmaciones de sus escritos. Negri es obligado a conceder, aunque con algunas apostillas, la importancia de los liderazgos, la centralidad de la captura de los dispositivos estatales,  incluso la ‘construcción de la multitud’, admitiendo de tal forma la existencia de un proceso de articulación política detrás esta categoría, y negando así su carácter inmanentista.

Se trata de reconocimientos que, sin embargo, entran en contradicción con la investidura estratégico/fundacional de la autonomía de base. La cuestión no es rechazar la movilización de abajo a favor de la dirección de arriba, sino entender los límites de todo enfoque espontaneísta. Aquí Negri aprovecha hábilmente de la diferencia en italiano entre rappresentanza (representación en el sentido de clase política) y rappresentazione (representación entendida filosóficamente, como proceso de significación), utilizando la primera para golpear a la segunda. Negri no renuncia, en otras palabras, a aquellas premisas ontológicas con las cuales Podemos ha roto y que afloran en una aceptación parcial y ambigua de la estrategia electoral. ¿Quizá una aceptación instrumental dada la popularidad de la cual goza la formación de Pablo Iglesias?

Sin embargo, las posiciones de Negri se vuelven inaceptables en relación a América Latina. Se refiere casi con desdén a ‘los pequeños países andinos’, restando soberbiamente importancia a sus procesos políticos, como si fueran incapaces de ofrecer al mundo cualquier enseñanza. En la misma maniobra define con inusitada ligereza a Brasil, Venezuela y Argentina como el verdadero eje civilizatorio en América Latina. La movida es anticipatoria del craso eurocentrismo que nos manifiesta a través de su fijación con que el Viejo Continente saque fuerza de sí mismo, una especie de vocación autárquica en lo cultural, revelada también por la socarronería con la que trata a los experimentos emancipatorios latinoamericanos en su conjunto. ¿Será por esta suficiencia que se sintió autorizado a banalizar la figura de Ernesto Laclau con una anécdota tan burda? (O)

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