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El Telégrafo

Idolatría al dinero

08 de agosto de 2013

El hombre se distingue de los animales porque tiene la facultad de pensar. Por ello, para no permanecer aislado del mundo que lo rodeaba, empezó a socializar con sus demás congéneres. De ahí la máxima del filósofo Aristóteles: “El hombre es un animal social”.

Desde sus primeros días en la Tierra, el ser humano se dedicó a adquirir conocimientos para poder transformar la sociedad en la cual vivía y se desarrollaba. Al principio se comunicaba a través del lenguaje de señas, luego aprendió a hablar, a analizar, a coordinar y a ejecutar todo lo planeado con la esperanza de obtener resultados positivos.

Para poder subsistir, se las ingenió e hizo crecer un mercado de intercambio de cosas y animales, lo cual se conoció como trueque. Hasta que un buen día el papel moneda se convirtió en un medio indispensable para la adquisición de bienes y servicios. Desde ese entonces, don dinero se constituyó en el medio de pago por excelencia.

La humanidad creció vertiginosamente, y con ella los campos y las ciudades, mostrando el desarrollo de las sociedades. Todo marchaba al gusto de Dios, hasta que un día el ser humano descubrió que la ambición desmedida podría convertirlo en un ser poderoso de un momento a otro.

Precisamente ahí comenzó el hombre a alejarse de las buenas costumbres y, por ende, también de Dios. Los auténticos valores se resquebrajaron y, al mismo tiempo, la familia empezó a sufrir como consecuencia directa del comportamiento inaceptable de algunos de sus miembros.

Y desde entonces la perversión y la corrupción se han constituido en dos ejes malignos causantes fundamentales de la pobreza que, en muchos países, resulta lacerante para la convivencia social armónica de sus ciudadanos.
El problema es que mientras haya millones de personas bajo el umbral de la pobreza, desnutridas y enfermas, con altísimos índices de mortalidad infantil y materna, no hay persona que piense.

Por esa razón, los gobiernos destinan cuantiosos recursos dirigidos a la implementación de políticas públicas que vayan directamente al fomento de la transparencia en la gestión de la administración pública, para así lograr enfrentar exitosamente el germen diabólico de la corrupción.

¿Por qué tiene un servidor público que adueñarse de los fondos del Estado? ¿Acaso olvida que ocupa una posición para servir con honestidad?

A propósito, conviene recordar una frase pronunciada por el papa Francisco durante su última visita a Brasil: “El origen de la crisis financiera actual radica en una profunda crisis humana”, dijo al compararla con la era de la antigüedad cuando se adoraba a un becerro de oro y que entiende ha encontrado ahora “una nueva imagen en el culto al dinero”.

La conducta humana es complicada, explosiva, conflictiva; pero, sobre todo, es sabia. Y esa sabiduría, manejada con ingeniosidad, orienta y conduce a un hombre a convertirse en un líder o servidor público eficaz, productivo y noble.

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