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El Telégrafo

Ideas comunes en torno a la drogadicción (final)

25 de junio de 2013

“¿Qué será ahora de nosotros sin bárbaros? Quizá ellos fueran una solución después de todo”. (Constantinos Kavafis)

La drogadicción no es delito. Tampoco un pecado. Es una enfermedad del alma. Cuando en una familia aparece un problema psiquiátrico y con tratamiento adecuado esa persona comienza a superarlo, puede ser que otro miembro manifieste síntomas similares. La enfermedad es el síntoma de patología familiar.

Según entendidos, se relaciona la adicción con la falta (no necesariamente física) de figura paterna. En esta sociedad de súper mamás, hedonismo más allá de la lógica, consumismo irracional y desarticulación familiar, sin arquetipo paterno, que a través del orden modera el predominio del instinto y el desenfreno, no es raro que este mal sea uno de los más comunes.

Más allá de las soluciones policiales y de la inútil normativa religiosa, promover el trabajo espiritual  puede ser una herramienta válidaY también habla de dolor y falta de fortaleza espiritual para resistirlo. ¿Qué le duele al adicto? La vida. El sinsentido. Los vacíos afectivos que acarrea desde la infancia o de generaciones anteriores. A veces una persona adicta quiere morir para no sentir. En un mundo que pretende llenar la vida con objetos, el vacío del alma no tarda en notarse, y cuando no se pueden conseguir los objetos o vemos que no bastan y el vacío se vuelve intolerable, las sustancias que alteran los estados de conciencia son un buen sucedáneo para ayudar a seguir con la vida… o a terminarla.

Pero también el “pecado” de la adicción, como otras herejías, habla de búsqueda espiritual aunque sea con procedimientos erróneos y graves consecuencias. Ese intento de comprobar si las verdades inamovibles realmente lo son. Y el dolor de descubrir que no es así.

Si bien en la inmediatez la prevención y cierto tipo de control podrían ser acciones válidas, me atrevería a afirmar que la verdadera solución se dará a un plazo muy largo. Como a los bárbaros de Kavafis, el mundo actual necesita de los adictos para justificar la represión y el poder, y por otro lado son necesarios para constituirse en el espejo de nuestro propio mundo vacío de significados y calidez.

La verdadera vacuna contra esta epidemia consiste en una doble recuperación del alma:  del mundo y  de las personas. Más allá de las soluciones policiales y de la inútil normativa religiosa, promover el trabajo espiritual -que ya se aplica en ciertos procesos de rehabilitación y apoyo a adictos y sus familias, puede ser una herramienta válida por el momento, porque, tal como está, cambiar el mundo nos tomará milenios… aunque no se descarta que se lo pueda hacer.

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