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El Telégrafo

Humanizando al Estado

11 de octubre de 2013

Defender el derecho de las mujeres sobre su cuerpo, el derecho a abortar, no implica deshumanizar el dolor que pueda producir un aborto. Yo estoy en contra del aborto, pero dudo mucho que aquellas mujeres que creen en el aborto como una decisión de la mujer, lo vean como un deporte. A pesar de eso, son diferencias irreconciliables. Son posturas que nacen de concepciones íntimas de la naturaleza de la vida y nuestro papel dentro de esta. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, creo que abordar las realidades desde el fundamentalismo moral no soluciona un evidente problema que no puede ser estigmatizado con una doble carga, impuesta, en parte, por el Estado; criminalizar el aborto por violación genera esta carga.

No es una cuestión de jerarquizar la vida. No se pretende calificar las instancias donde, aquellos que creemos que la vida comienza con la concepción, es moralmente aceptable abortar. Es entender que, como sociedad, no tenemos una plataforma ideológica desde la cual juzgar legalmente una situación cuya culpa recae también sobre la sociedad. Sobre la incapacidad del Estado de evitar una violación. Sobre nuestra incapacidad comunitaria de crear espacios seguros.

Como sociedad, no podemos obligar a una mujer a llevar las consecuencias legales encima de las consecuencias sicológicas y físicas de una violaciónEl resultado de una violación a una mujer no puede ser una doble carga. Como sociedad, no podemos obligar a una mujer a  llevar las consecuencias legales encima de las consecuencias sicológicas y físicas de una violación. No puede el Estado obligar a una mujer a cargar con el producto de una agresión, de una ilegalidad. Es difícil como sociedad adoptar esa posición, entender en su amplio espectro de lo que estamos pidiendo a esa persona o por lo que la estamos condenando. Y las posibles decisiones a las que le estamos obligando, decisiones que muchas veces pueden ser fatales. Los abortos clandestinos siguen siendo una preocupación de salud pública.

Y precisamente, si abordamos el abuso sexual como un tema de salud pública, la atención integral que requiere una víctima de violación es una respuesta más accesible. Es, además, una respuesta que abraza a la víctima y no genera ese rechazo fulminador e insensible que reciben socialmente las víctimas, y que han llevado a estigmatizar a las violadas y olvidar al violador. Una respuesta que visibiliza al agresor como lo que es: un criminal. Una respuesta que le da una opción a la víctima, una opción de muchas. Una respuesta que, en definitiva, humaniza al Estado, a la sociedad, frente a la víctima.

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