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El Telégrafo

Huaoranis rubios

31 de marzo de 2013

Desde la antigüedad en la selva, grupos humanos atacaban a otros no por espíritu bélico o afán de destrucción (incluso las razones territoriales no fueron poderosas  para atacar) pero sí para refrescar genéticamente a su grupo y sobrevivir, por ello parte clave del ataque siempre ha sido robar mujeres en estado fértil y niños y niñas pequeños, que sin importar de cuál grupo fueron robados, serían criados con el idioma y las costumbres del invasor, incluso muchos de los secuestrados jamás se enterarían de que pertenecieron a otra nacionalidad, etnia o raza.

Obviamente el grupo que fue atacado y despojado de sus mujeres y niños, en el caso que hubiesen sobrevivientes, se prepararía y armaría para tomar venganza, pero antes deberían incrementar el número de sus pobladores, replicando el mismo esquema de robar mujeres con quienes procrear e infantes que serán futuros guerreros en estas largas venganzas trasladadas de una generación a otra, por las limitaciones del abundante pero frágil ecosistema de la selva, que provee recursos por poco tiempo, lo que obliga a migraciones de sobrevivencia que son más eficientes en la medida que el grupo humano sea más pequeño, lo que a su vez lo hace más susceptible de ser atacado y aniquilado.

Este círculo de ataques y secuestros ha generado un mestizaje muy dinámico entre los pueblos de la Amazonía ecuatoriana, en la cual aún quedan algunos pueblos no contactados, pero no genéticamente puros. Hace apenas cien años la mayoría de las nacionalidades indígenas hoy organizadas políticamente también eran pueblos no contactados y no necesariamente pobres, esa categoría la adquirieron al momento del contacto, desde nuestro punto de vista por no tener las comodidades de las ciudades, desde servicios básicos hasta refrigeradoras.

Sin embargo, si viviéramos unos días con un pueblo no contactado, entenderíamos que no son pobres, al contrario, la selva es un inagotable proveedor de alimentos, de cobijo, de alegría, de vida, realmente siempre fueron millonarios, fue nuestra presencia la que distorsionó sus vidas, y en ese contexto el turismo, en muchos casos, aporta a esa distorsión cuando el turista llega a la comunidad indígena con el iPad de última tecnología, les toma una foto y la muestran a los niños y niñas que evidentemente  también van a querer su iPad. Y en ciertos casos el camino más eficiente para ello será casarse con un o una turista, lo que ya está sucediendo. Últimamente he visto varios niños huaoranis de pelo rubio.

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