Qué odio lacerante habrán tenido los enemigos políticos de un hombre de raza blanca, de piel casi rosada, para que lo llamaran “el indio Alfaro”; y que no obstante el Papa de la época lo trataba de “amantísimo hijo” en la correspondencia que con él mantuvo cuando fue Presidente Constitucional del Ecuador, la aversión obligó a que, desde el púlpito, muchos sacerdotes católicos lo calificaran de “ateo desgraciado”.
Ese odio pungente, anidado en las vísceras de las bestias, los obligó a pararse en sus dos patas posteriores para cometer el más execrable delito de nuestra historia política: el asesinato del general Eloy Alfaro Delgado.
La candelada infame que el odio y la perversión encendieron en El Ejido, el 27 de enero de 1912, todavía hoy ilumina los apellidos de los criminales, a fin de que no los olvidemos. Don Raúl Andrade, verdadero cachorro de Montalvo, acuñó una frase para zaherir el gusto por el espectáculo bárbaro de los toros, que tenía uno de los hijos del que arrancó la vida de Eloy Alfaro: “De padre matador, hijo banderillero”.
Pagaría por saber qué sintieron la esposa y los hijos del héroe, del apóstol, del hombre bueno e inocente de toda culpa, al verlo apresado cual delincuente común, para que una chusma embrutecida y alcoholizada, sin resistencia alguna, irrumpa en el penal, ponga sus manos pecadoras sobre el mártir y lo lancen contra el pavimento desde el segundo piso alto, lo aten con una soga y procedan a arrastrarlo por las calles del centro de Quito hasta terminar en el parque El Ejido. Ahí, al despojo inerte que ya había perdido toda la sangre y la capacidad de entender y sentir, los demonios que salieron del infierno para cometer el crimen le prendieron fuego. Y alrededor de la pira cruel danzaron macabros rituales.
¿Mereció vivir esa tragedia el General que convirtió su espada en faro luminoso para guiar a un pueblo que caminaba en las tinieblas? ¿Por qué tan horrendo crimen no fue castigado oportunamente, y continúa así? ¿Y cuándo esa verdad histórica será contada de manera fiel y verídica?
Un nuevo martirio les ha llegado a los asesinos de Eloy Alfaro Delgado, que se fríen eternamente en la paila mayor del infierno: conocer que los cien años de su crimen coinciden con los cinco años de edad que cumplió el proceso de paz, desarrollo y justicia, que lidera y personifica Rafael Vicente Correa Delgado.