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El Telégrafo

Homosexuales, doble dificultad

02 de agosto de 2013

"El sexo no es peligroso porque está prohibido, sino que está prohibido porque es peligroso", escribía Freud hace un siglo. Y si bien aquella prohibición se ha atenuado y la peligrosidad ha disminuido con los anticonceptivos, la premisa sigue siendo válida. La sexualidad nunca es sólo goce, implica compromisos y consecuencias.

Para quien es homosexual, esta peligrosidad se agranda. Todo es más difícil. Más difícil ser aceptados en la propia familia, más difícil obtener pareja, más difícil hacer saber quién se es realmente.      

Ello va contra el prejuicio de quienes deploran a los homosexuales que "eligen" serlo, cuando podrían muy bien obrar -según la versión de sentido común- "acorde a la naturaleza". Pero el ser humano es siempre cultura, nunca pura naturaleza; por ello, el objeto sexual se construye en la propia psiquis según las peripecias de la vida personal, no viene dado por el solo instinto como en muchas especies animales. Y, por cierto, no elegimos nuestra identidad sexual. Contra lo que incluso algunos homosexuales reivindican, no se elige ser homosexual, así como no se elige ser heterosexual. Cuando uno se entera que lo es, ya lo es. Se trata de "algo que le pasa" al sujeto, no de algo que él pueda decidir intencionalmente.

Y por ello la homosexualidad no es una enfermedad, es un modo posible de identidad y ejercicio sexual. No tiene, entonces, por qué curarse; no es algo de lo que haya que huir, al margen de que pueda gustar o no a quien lo viva y a las personas cercanas. Y, además, no es modificable. Si Ud. quiere "curar" la homosexualidad, hace algo tan absurdo como pretender transformar en homosexual a quien es heterosexual. Pretende un imposible.

Por eso es imperativo rechazar la existencia de "clínicas para curar homosexuales", un anacronismo que violenta enormemente a las personas afectadas, y que implica rechazar a esas personas que se "trata", en tanto ellas son -justamente- no otra cosa que eso que se quiere eliminar. Al margen del negocio avieso que pueda hacerse con esta situación, estamos ante un maltrato manifiesto que -conscientemente o no por quienes lo realicen- constituye una definida estafa: la homosexualidad no es una vergüenza de la que haya que salir y, además, quienes prometen sacar de la misma a otros, juegan con la ignorancia, la buena fe y el sufrimiento de aquellos y aquellas que pudieran creerles.

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