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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

Hitler, el Führer

06 de abril de 2015

Nunca dejará de asombrar la indolencia con que la derecha entierra en lo más profundo de la ignorancia colectiva a sus líderes fracasados; este el caso de Hitler, el Führer. Su meteórica carrera la logró gracias al apoyo financiero del gran capital, que veía en él suficientes atributos de dureza y violencia, necesarios para controlar la efervescencia revolucionaria del pueblo alemán. Mr. Gordon, alto funcionario de la embajada de EE.UU. en Berlín, informaba a Stimson, secretario de Estado de ese país: “Hitler obtiene apoyo financiero de determinados grandes industriales... Hoy me llegó el rumor, de una fuente bien informada, que representantes americanos de diferentes círculos financieros están participando activamente en la misma dirección”.   

Hasta la derrota de Stalingrado, Hitler fue el representante más exitoso de la derecha. Sus triunfos le granjearon la admiración de políticos e intelectuales de toda laya. Hoy se intenta olvidar que grandes personalidades de esa época fueron sus admiradores, entre ellos el poeta D’Annunzio y los premios Nobel Carrel y Hamsun; que el rey de Inglaterra, Eduardo VII, fue obligado a abdicar por ser amigo íntimo del Führer; que un secretario de la OTAN, Lunz, fue miembro del Partido Nazi; que Henry Ford fue el norteamericano que más contribuyó al nazismo; la lista es larga. No se trata del psicópata que engatusa a unos despistados alemanes, es un fenómeno político todavía latente que ha demostrado su vitalidad en las dictaduras que EE.UU. instauró en el Cono Sur de América Latina y en América Central.

Hitler fue nombrado canciller gracias a la carta firmada por diecisiete banqueros y magnates de la industria, que le exigieron eso al presidente Hindenburg. Ya en el poder conformó el organismo que empujó al mundo a la guerra, el Consejo General de la Nueva Alemania, compuesto por Krupp, dueño de grandes acerías; Simens, magnate de la electricidad; Thyssen, magnate de las minas de carbón; Schrodar, banquero vinculado a capitales norteamericanos; Reinhardt, presidente del Consejo de Observación del Banco Comercial; Fisher, presidente de la Asociación Central de Bancos. Estos monopolios dictaron la política interna y externa de la Alemania nazi, Hitler lo único que hizo fue cumplir sus órdenes. Es igual a lo que pasa en EE.UU., donde sus presidentes cumplen órdenes de los monopolios norteamericanos.      

Occidente postuló una política, llamada de apaciguamiento, que le permitió a Hitler apoderarse de media Europa casi sin disparar un tiro. El historiador inglés Bennet escribe: “Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la podía encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes”. Esta política, que evitaba la seguridad colectiva y estimulaba las conquistas nazis en el llamado ‘espacio vital del Este’, casi termina descuartizando a quienes la auspiciaron, ya que Hitler, antes de dar un paso hacia Oriente, lo dio primero hacia Occidente.

Mal paga el diablo a sus devotos. (O)

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