Millones de ecuatorianos en el territorio nacional y fuera de él estarán con sus oídos y ojos alertas a la transmisión radial y de televisión de los actos de posesión del nuevo período presidencial de Rafael Correa Delgado, y con seguridad lo harán otros tantos hermanos latinoamericanos y del mundo en este día glorioso de nuestra historia en que se conmemora la Batalla de Pichincha, que selló nuestra primera independencia del yugo colonial.
La Revolución Ciudadana es ya un fenómeno ideológico político que convoca al análisis de estudiosos y expertos en todo el orbe, que con interés y satisfacción por los resultados obtenidos en lo económico y social manifiestan sus conceptos y pronósticos favorables a nuestro devenir.
Y es que las circunstancias de progreso material y el desarrollo humano por los que atraviesa nuestro pueblo son diametralmente opuestos a lo que sucede en otras tierras y, por tanto, se vislumbra una transformación pacífica, constitucionalmente realizada, destinada a cambiar los fundamentos mismos de los malos tiempos de los regímenes partidocráticos, dándole cabida a las nuevas ideas y a la conducta de una democracia participativa para todos, prosiguiendo la obra del gran Alfaro.
Es indudable que los hechos sombríos del pasado todavía pesan en la vida nacional; la moral no se puede imponer por decreto, los tinglados de extorsión edificados desde siempre -estamos ciertos- desaparecerán paulatinamente; el amiguismo y maltrato y el desinterés burocrático por la cosa pública del que presumen algunos funcionarios tendrá que terminarse más pronto que tarde, porque los cambios se los construye desde hoy, pero pensando en el mañana, dejando aquel ayer oprobioso en el cesto de desperdicios y, por tanto, mirando firmemente hacia adelante.
Los nuevos rostros del gabinete y los anteriores que rodean al presidente Correa, combinación de juventud y experiencia, son garantía de eficiencia y seguramente de la más calificada inteligencia y preparación; todos ellos son gentes que miran el porvenir sin la tentación de hacer lo mismo; y tampoco -lo sabemos- implica aceptar medias verdades, o mirar al costado cuando exista una inversión de los términos éticos. Y es que nuestra institucionalidad, antes del año 2007 -con honrosas excepciones- y con los paréntesis civilizatorios del régimen de Eloy Alfaro, estuvo plagada y saturada de contenidos y acciones reñidas con el buen gobierno, que magnificaron el asalto al poder por mezquinas ambiciones personales de oscuros aventureros y mercaderes que hicieron del ejercicio gubernativo formas miserables de lucro personal y de grupo.
La formalidad de la lógica y el conocimiento que tenemos de las ejecutorias del nuevo vicepresidente Jorge Glas Espinel son una garantía fundamental y ratificación de pensamiento y actividad edificantes, en referencia a aquella política de Estado, “el cambio de matriz productiva”, quizá la iniciativa más importante en toda la vida del Ecuador, que marca un antes y un después e inicia la senda para romper la dependencia que heredamos de centurias de expoliación y dolor. También tendrá una respuesta exitosa al ser entregada a su responsabilidad y acción, otro reto para lo que está debidamente preparado en lo moral y en lo técnico.
El pueblo ecuatoriano, con su unidad, trabajo y la conducción de sus líderes que hoy asumen el mando, está seguro de construir su propio destino, a partir de este 24 de Mayo, nuevamente triunfal y glorioso.