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El Telégrafo

Guerras de religión

09 de abril de 2013

Parecía superado, tema de chistes y bromas por lo arcaico y absurdo. Y sin embargo, como otros fenómenos, se reedita en la segunda década del siglo 21.

Ahora les ha dado a los evangélicos por acusar a los católicos de idolatría. Según informaciones que no me constan del todo, recorren Guayaquil provistos de biblias y pancartas armando relajo cada vez que uno o más católicos se reúnen con motivo de la Semana Santa o la simple misa. ¿Las acusaciones? Idolatría, ya lo dijimos. ¿Las pruebas? Que adoran imágenes. ¿Los argumentos? Como siempre, versículos tomados aisladamente de la Biblia, sobre todo del Antiguo Testamento.

Otro argumento muy válido es que, respecto de la veneración de imágenes, “Dios no lo quiere”. Me pregunto: ¿Alguno de ellos habló con Dios personalmente para afirmarlo con tal seguridad? ¿Cómo puede un simple mortal saber con tanta certeza las minucias que Dios quiere e ignorar lo que es obvio que no quiere?

Pero hay que recordar que históricamente los católicos tampoco se han quedado atrás en lo que a comportamientos ‘bizarros’ se refiere. Comenzando porque en una época bastante prolongada de la historia les dio por quemar vivos a quienes no eran católicos, o a los que, siendo católicos, hacían o decían cosas con las que la misma jerarquía católica no estaba de acuerdo. Incluso hubo un clérigo que auspició el ataque cruento a la ciudad que albergaba a los cátaros, y cuando el ‘elegido’ para tan grata tarea le dijo que no podía pasar a cuchillo a todo el mundo porque no todos eran herejes y no se podía saber quién era qué, Arnaldo Amalric sentenció estas sabias y misericordiosas palabras: “Ejecútelos a todos. Dios reconocerá a los suyos”.

Por querer, y ateniéndonos a la lógica de que Dios es amor, seguramente reconoció a los suyos en aquel episodio (y de seguro los suyos eran los unos y los otros). Y casi seguramente, si existe, no quiso nunca tanta masacre en su nombre, tanta discordia, tanta discusión inútil por detalles intrascendentes. Tanta absurda lucha de poder, que en el fondo no es más que eso la folclórica pelea entre los idólatras del Cristo del Consuelo y los idólatras de la Biblia.

A veces acudo a los monumentos sonoros del Barroco: Händel, Bach… que crearon la más bella música de la historia para la mayor gloria de su Dios. Y me pregunto con dolor cómo esa idea puede, por un lado, producir tanta belleza, mientras por otro no se provoca tan solo la disputa y la violencia, sino también el más inconsistente y pedestre ridículo.

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