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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Grecia: Álea iacta est

30 de junio de 2015

La decisión del presidente griego Alexis Tsipras de someter la última propuesta de rescate avanzada por la ‘troika’ marca un punto de no retorno. Después de meses de infructuosos diálogos, el Gobierno del país helénico ha tomado conciencia de que el mandato popular recibido en enero no es suficiente para devolver el raciocinio a instituciones europeas desinteresadas a la dramática caída de los estándares de vida de la población griega, a la propagación de la pobreza, a la ola de suicidios provocada por la desesperación. La solución ya no está en la mesa de negociaciones: vuelve a los mandantes, para decidir sobre una bifurcación que solo los ingenuos no quisieron o no pudieron ver: austeridad con euro, o fin de la austeridad sin euro.

Atribuir a este referéndum un carácter heroico, épico, no es un simple ejercicio retórico, y no lo es por dos razones. La primera es que en una época en la cual el espacio para la deliberación popular es cada vez más menguante, los griegos imparten una lección democrática a los áridos tecnócratas con los cuales han estado lidiando en los últimos meses. Se trata de un redescubrimiento de lo sublime de las decisiones tomadas en un contexto colectivo, una exaltación de la política como método de confrontación entre escenarios e ideas distintas.

La segunda razón radica en que la izquierda -y con ella, la posibilidad de salir del yugo financiero que ata el país- se lo juega todo en la consulta popular. Si ganase el Sí -es decir, la aceptación de más austeridad-, Tsipras debería dimitir y llamar a nuevas elecciones, o coadyuvar la formación de un gobierno diferente con una geometría parlamentaria distinta, liderado probablemente por algún perfil centrista. En ambos casos sería una catástrofe para la izquierda. He ahí toda la valentía de la decisión.

Sin embargo, sería un error pensar que el referéndum interese únicamente Grecia. Si la población decidirá el próximo domingo de rechazar la austeridad y con ella el euro, el Viejo Continente y su moneda entrarán en una crisis existencial sin antecedentes. Quedará hecha añicos la pretensión de crear una moneda mundial: una pretensión congénita al sueño europeísta de la Unión Europea, a su vez un ideal intrínsecamente imperial e neoliberal.

Tras la salida de Grecia de hecho, los mercados financieros pondrán presión sobre los países más vulnerables y estos verán en la devaluación una alternativa viable a la austeridad: el riesgo de la espiral es altísimo. Los responsables de este fracaso son las mismas clases dominantes europeas, y la alemana in primis. Sus representantes (la ‘troika’) se portaron como el más azaroso de los jugadores de póquer: pensaron soberbiamente y erróneamente que su intransigencia hubiera hecho recular a Tsipras. Cunde ahora en sus filas una preocupación que traiciona arrepentimiento.

Hasta mientras, nos espera una de las semanas más apasionantes de este principio de siglo. Una semana de tensiones, golpes bajos, colas en los cajeros, discursos acalorados bajo un sol incandescente, tergiversaciones. Álea iacta est. El próximo domingo se decidirá la suerte de un país y un continente. (O)

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