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El Telégrafo

Gracias

26 de octubre de 2013

“Hay golpes en la vida tan fuertes/ yo no sé”… El poema de Vallejo expresa el dolor que cae de repente sobre la vida como un rayo. Hablar sobre el propio duelo es imposible; no existen vocablos que representen la inmensa desolación ante la pérdida de quien fue durante medio siglo mi compañero, junto al que aspiraba a terminar mi vejez, sin prisa, arrullada por el amor de hijas y nieta. Quedan para el recuerdo años llenos de alegrías y penas, detalles de  todas las “pequeñas cosas” que, engarzadas entre sí, forman la vida de pareja.

En días anteriores, premonitoriamente quizás, leí a Rosa Montero en su novela “La ridícula idea de no volverte a ver”, en la cual mezcla su propia tragedia con la de María Curie, Premio Nobel de Física y Química, quien en un desgarrador diario comenta el fallecimiento de su esposo, el también Premio Nobel Pierre Curie. Las circunstancias repentinas en que aquello sucedió dan lugar a reflexiones y autoacusaciones de no haber amado lo suficiente a su compañero. Montero, que sufrió la cruel enfermedad de su cónyuge, casi no lo menciona, pero la obra está llena de su espíritu y de su amor.

Juan mantuvo siempre contacto con amigos de los sectores populares, personas sencillas que son la sal de la tierra. De ellas aprendía mucho, me decíaJuan Hadatty ha muerto. Nada puede disminuir el impacto ni la pena. Pero queda, como un aliento fresco de consuelo, la solidaridad recibida de familiares y amigos. De todos los que han compartido con nosotros  estos días aciagos y nos han dado una mano generosa: Leonardo, Ernesto, Nery, Rosa Amelia, Ilitch, Fernando, Sandra, Bernard, Universi, Clarita, Mirko, nuestro presidente Rafael; los cientos de personas que estuvieron presentes, los que enviaron ofrendas o mensajes, haciendo menos dura nuestra soledad. Y  por sobre todo la familia; la tribu entrañable que viajó de Quito y Loja para hacernos compañía.

Juan mantuvo siempre contacto con amigos de los sectores populares: periodiqueros, vendedores de frutas, porteros, personas sencillas que son la sal de la tierra. De ellas aprendía mucho, me decía, y tomaba el pulso de lo que se pensaba en  Ecuador profundo. Muchos lo acompañaron o siguen dándome su pésame. Igual muchos artistas plásticos y escritores, con quienes compartió probablemente las horas más alegres de su vida. A todos, mi gratitud permanente.

Un reconocimiento especial para la Casa de la Cultura de Manabí, que le anunció la entrega de un acuerdo como Manabita Ejemplar, que se preparaba a recibir por provenir de su inolvidable tierra.  

Pienso en su sorpresa al recibir tantos elogios. Estoy segura de que, desde donde esté, comparte este “Gracias”.

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