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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Gente falsa y fanfarrona

03 de abril de 2014

Una de las mayores decepciones que uno puede recibir cuando se comparte en grupos de personas que trabajan por una causa común, supuestamente para combatir la injusticia y la inequidad sociales, es encontrarse con gente que tiene la costumbre de presentarse como si fuera perteneciente a una rancia estirpe de una monarquía decadente.

La deducción a la que se llega en estas situaciones, que se presentan cotidianamente en nuestra sociedad, hace dudar muchas veces si en realidad la labor realizada en estas instituciones obedece a una auténtica vocación de servicio o si, por el contrario, lo que se busca es una notoriedad que les haga exhibir cualidades que no se tienen. Lo curioso en estos casos es la propensión que se tiene de andar fanfarroneando y haciendo alarde de lo que se carece. Gente pretenciosa, que quiere impresionar más con su retórica y su apariencia que con su buena conducta.

Esta es una fórmula infeliz de desvirtuar lo que realmente vale en un individuo, que son: la sobriedad, la honestidad y la humildad, virtudes que nos deben acompañar a lo largo de nuestras vidas.

Una impresionante búsqueda de lo trivial y efímero abunda en estos círculos sociales, rodeados de falsas posturas y de una hipocresía galopante. En estos grupos se incuban actitudes perniciosas que convierten las buenas intenciones en males sociales, por el pésimo ejemplo que dan los que los integran con su afectación y la forma de presentarse ante los demás.

Los fanfarrones quieren hablar de Dios, pero no practican lo que predican. Nunca voy a estar de acuerdo con alguien que me hable de Dios y me comente lo que él cree que Dios aprueba o desaprueba, a menos que ese individuo esté cumpliendo a cabalidad la palabra de Dios, haciendo el bien sin mirar a quién.

En estos conglomerados, hablar con franqueza, casi siempre, es mal visto, siendo mejor considerado decir lo que los demás esperan escuchar. Parece que es mejor visto y más sensato ‘maquillar’ el comportamiento, adecuarlo al contexto social, ocultar los verdaderos sentimientos, moderar las respuestas o maniatar la espontaneidad en aras de una supuesta convivencia social armónica. El statu quo es solo una forma más de manipular y controlar las acciones y pensamientos de los seres humanos.

Solo unos pocos oportunistas manipulan al resto, anteponiendo sus propios intereses al bien común. Veo cómo la mayoría de ciudadanos no solo permite sino que participa de una forma directa o indirecta con una pasividad contemplativa y complaciente.

Esta y otras maneras de actuar transforman una labor altruista en una gran farsa, donde la carencia de humanismo y nobles sentimientos impide que se concrete el objetivo para el cual fueron constituidas muchas de estas instituciones de servicio público.

Un aleccionador mensaje se aplica a estas actitudes: quien vive de las apariencias se hace esclavo de la falsedad, que gobierna todos los actos que marcan su existencia.

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