Tras bombardear al pueblo libio durante siete meses, el gobierno de Sarkozy ha decidido penalizar a los negacionistas del genocidio armenio ¡97 años después de los hechos!, provocando la furia de Tayyip Erdogan. Si no ha habido una carga de conciencia -como en el caso de los alemanes y los judíos-, ¿por qué no el genocidio de los indígenas americanos? ¿Y por qué no solo una condena formal como en otra veintena de países? Su insaciable afán de protagonismo y la búsqueda del voto de los armenios franceses de cara a las elecciones de abril (la diáspora de esta comunidad, dirigida por curas y banqueros, es una de las más influyentes del Occidente), no explican esa medida si se tiene en cuenta la dimensión del daño que sufriría Francia al estropear sus privilegiados contratos económicos con Turquía (ya ha bloqueado los 7,9 millones de euros de su inversión en el gasoducto Nabucco) que, además, es una de las principales vías de la energía que llega a Europa. Descartamos, por razones obvias, el “compromiso con los valores humanos universales” como impulsor de su ocurrencia.
¿Piensa Sarkozy que Erdogan se calmará pronto, como pasó cuando el Congreso de EE.UU. -que no Barack Obama- reconoció aquel horror? Podrían existir más motivos: chafar las aspiraciones turcas de ingresar en la Unión Europea, capitulación frente a las presiones de Israel y hacer un guiño a la República de Armenia -aliada estratégica de Rusia-, país que visitó el pasado mes de octubre y es su segundo socio económico después de Rusia.
Este pequeño país transcaucásico, base militar de Rusia, es para Moscú el contrapeso de Azerbaiyán-Turquía (brazo euroasiático de la OTAN), y para Occidente -que busca reducir su dependencia energética del Golfo Pérsico y también el peso internacional de Moscú- un trampolín en aquella región de inmensos recursos gasíferos. La UE estudia la entrada de Armenia en el club para evitar que se integre en la Unión Rusia-Bielorrusia.
Erdogan el “sultán”, que critica a China por su trato “casi genocida” a la minoría étnica uigur y no ve genocidio en Darfur, admite la matanza de los armenios durante la era Ataturk -sin implicar al gobierno otomano- y considera que formó parte del horror vivido por toda la población del imperio en la Primera Guerra. Se niega a llamarlo genocidio no solo porque en su país es un delito y un tabú, sino porque perdería el apoyo de la mayoría turca con la memoria colectiva dañada por el cambio del nombre del país, la escritura y la identidad, y por una historia oficial escrita por los vencedores. Además, tendría que asumir las exigencias de Armenia respecto a las tierras ocupadas en 1921 y pagar cuantiosas indemnizaciones a millones de damnificados.
Sarkozy, desde una miopía política, debilita así al Primer Ministro turco que acaba de salir de una dura batalla contra los militares, daña las relaciones entre Ankara y Erevan reanudadas recientemente, siembra más odio entre los turcos y los armenios y pone en peligro a esta pequeña comunidad en Turquía, además de empujarle a los brazos de Rusia y China.
Sorprende el silencio de los hijos y nietos de aquellas víctimas ante el abuso del mandatario galo de aquella barbarie.
La matanza de los armenios empezó en 1894 y el plan de su exterminio se lanzó en el abril del 1915 con la ejecución de unos 250 intelectuales. Luego, al menos 300.000 fueron ejecutados o murieron de hambre y frío durante las deportaciones forzosas. El pretexto del gobierno era alejarles de la zona de guerra con Rusia. Miles de mujeres fueron violadas, no se libraban ni las que se raparon la cabeza para no tentar a los soldados. Así lo cuentan los cronistas iraníes que fueron testigos directos de los hechos.
Aún se ignoran las verdaderas razones del primer genocidio del siglo pasado. El colaboracionismo de un sector armenio con los invasores rusos no justifica un castigo colectivo. Se trataba de nacionalismo “panturquista”, cuyo objetivo eran las minorías étnicas -incluida la kurda- para limpiar lo que consideraban “la tierra de los turcos”.
Paradójicamente, en la actual República de Armenia hay quien hace la vida imposible a miles de kurdos (atentados, quema de viviendas) para forzarles a marcharse, mostrando hasta qué punto los hijos de las víctimas no suelen aprender de la historia.
La realpolitik manda: Irán, con una importante comunidad cristiana, conmemora públicamente el genocidio. La República de Armenia es su aliada contra Azerbaiyán chiíta y socia de Israel y de la OTAN; y Tel Aviv ahora ha decidido reconocer aquellos hechos para reírse de Turquía, que he dejado de ser aliada.
Revisar la historia y las múltiples responsabilidades de esa atrocidad es un trabajo de historiadores, no de políticos. Y ninguna ley debe prohibir la revisión continua de las acciones humanas colectivas o individuales.
*Tomado del Diario Público