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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Garissa

07 de abril de 2015

Tras la horrible masacre perpetrada por los terroristas islamistas de al-Shabab en la Universidad de Garissa en Kenia, varias polémicas han dominado la atención en los espacios de opinión a nivel mundial. A continuación intentaré dar cuentas de dos de ellas.

La primera tiene que ver con la relativa indiferencia que el Occidente ha demostrado hacia la matanza. A pocos meses del atentado a Charlie Hebdo, que desató una potente ola de conmoción e indignación, se ha visto como largamente insuficiente la atención dedicada a un evento cuya magnitud es indiscutiblemente mucho mayor, comenzando por el número de los fallecidos. Sin embargo, cada tragedia es diferente por su contexto, y sería deshonesto no reconocer que el ataque a los caricaturistas franceses impactó también por interpelar tan directamente el concepto de libertad de expresión en el corazón de Europa. Además, la proximidad -entendida tanto desde un punto de vista geográfico como cultural- es innegablemente un factor que condiciona la distribución de la solidaridad. Incluso, es posible decir que la masacre africana desató más resonancia que otros atentados que sacuden cotidianamente el mundo árabe, ya que golpeó principalmente a estudiantes de fe cristiana.

Si bien estas son explicaciones del fenómeno, no quieren ser justificaciones. Si nuestra pretensión de humanidad es seria, terminar con la vida ajena por razones políticas o religiosas debería suscitar el mismo disgusto en cualquier contexto. La responsabilidad es compartida tanto por el ciudadano común, cuya capacidad de sentir se ve mermada por una capa de ensimismamiento cultural y comunitario, como por los medios de comunicación, cómplices en cuanto amplifican o restan importancia a los eventos, según criterios puramente comerciales.

El segundo tema tiene que ver con la exposición de las imágenes de los cuerpos. Respeto a quienes prefieren evitar verlas y compartirlas. Pero encuentro particularmente fastidiosa la acusación de voyeurismo hacia quienes atribuyen valor e importancia a aquellas imágenes. Algunos se han preguntado incluso si hubieran circulado si lo que pasó hubiese ocurrido en algún campus estadounidense, citando como ejemplo el caso de la masacre en la escuela primaria de Sandy Hooks en 2012, tras el cual no aparecieron fotos.

¿Cómo es posible no ver la diferencia? El de Sandy Hooks fue un acontecimiento desprovisto de una connotación política, un acto sicopático. Y sí se vieron las imágenes cruentas de quienes se lanzaban de las Torres Gemelas en 2001 o tras el atentado de la maratón de Boston en 2013. El poder de la imagen radica en la capacidad de provocar una reacción y quedar como advertencia histórica. Las fotos del Holocausto son una fuente crucial para entender la profundidad del abismo en el que cayó el ser humano, representando a la vez un medio para la formación de una conciencia cívica. Son la faceta menos grata de la información, pero la complementan. Exponer la barbarie del mundo actual, venga de donde venga, no cambiará las cosas, pero puede ser una forma para sacudir las conciencias adormecidas. (O)

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