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El Telégrafo

Fuego en la inclemencia del mar

11 de septiembre de 2013

La poesía de María Eugenia Hernández Saláis (México 1949) se dispersa entre el laberinto de los sentidos y el uso milenario de las caracolas. Es un discurso que se agita en medio de las aguas cadenciosas y el anuncio de los falsos profetas. Es la descripción de los silencios y el susurro de las intimidades. Es la apología de la Luna y sus encantos. Es la luz de cada día.

Es el desvelo de la autora y el relámpago que reaparece de improvisto. Es la multiplicación de los corales y el fruto del amanecer. Es el resplandor del verano y el desafío de nuevos derroteros. Es la savia que emana de la naturaleza entre piedras y cristales. Es la reminiscencia de viejas salamandras y el aullido del lobo noctámbulo.

“Fuegos fatuos” (de Los Cuatro Vientos Editorial, Argentina, 2010) es la entrega poética de María Eugenia Hernández, en donde subyacen giros repentinos y sombras extraviadas. Es el cúmulo de los mares navegados, de la inclemencia de las “arenas muertas/ de playa”, de la indiferencia ante el naufragio, de la quietud al filo de la jornada. Es el oráculo desde donde emergen extrañas deidades de épocas pasadas. Es el anuncio de las bondades de la tierra y la magia de los colores pintados sobre el cielo.      

La poeta nos revela: “Cuando el vacío de la nada/ se aferra y es mal sin tregua,/ escapo de un mundo plano/ enmascaro los recuerdos./ Libero el cuerpo y me interno/ en el mar más profundo,/ los colores de la tierra/ recubren mi deambular”.

“Fuegos fatuos” desnuda los temores ante la muerte, el implacable devenir del tiempo y el desconsuelo sonámbulo ante el sueño eterno. Contiene el sonido de las cigarras, el vuelo de las gaviotas pasajeras y la raíz mítica de la mandrágora. Sintetiza los hechos simples que se suscitan tras las actividades constantes y, a ratos, pasajeras, las mismas que son descifradas con un tono rítmico de singular significación.

María Eugenia se detiene en la intimidad: “En nuestra geometría de amor/ tu pasión me cercenó/ como una curva oscilatoria/ de péndulo en movimiento”. O en esta estrofa: “Tu sombra/ de luna oscura/ a veces viene y provoca/ que mis cantos se aceleren”. Es el aliento lírico que conoce de resurrecciones y ocasos. Junto con el bandoneón, la poesía supera lo raudo, compartiendo la fatalidad que estremece aquel baile con hálito erótico.

En la parte final hay un texto dedicado a la lucha de los pueblos originarios, a su rebelión y posterior proceso de conquista. Es el pasaje pretérito que incomoda en los libros oficiales y que tiene enorme repercusión en nuestra América lastimada por la historia.  

Un hermoso epígrafe de Dylan Thomas me inhibe de mayor comentario: “Los buenos, que tras la última inquietud/ lloran por ese brillo/ con que sus actos frágiles pudieron/ danzar en una bahía verde/ rabian, rabian contra la agonía de la luz”.

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