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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Francisco: carisma, realidad y desafío

10 de junio de 2014

Transcurrido poco más de un año del ascenso de Jorge Mario Bergoglio al papado, me atrapan ciertas inquietudes de carácter terrenal.

¿Cuáles serían las primeras ideas que atravesaron por la mente de la autoridad eclesiástica cuando supo de su designación? ¿Su postulación sería discutida y valorada con antelación al máximo cónclave en Roma ante la renuncia de Benedicto XVI? ¿Hasta qué punto es creíble su neutralidad política? ¿Hubo ambigüedades en el trajinar religioso pasado? ¿Sus homilías y encíclicas merecen credibilidad respecto del apego a favor de los desposeídos o es tan solo el efecto de una sostenida estrategia mediática? ¿Qué repercusiones trae a Latinoamérica tal investidura? ¿Qué grupos religiosos, políticos y hasta económicos apoyan y sostienen su permanencia en el Vaticano?

No es mi intención polemizar, pero creo que tras la nominación de Bergoglio como máximo representante de la Iglesia católica en el mundo quedan pendientes conjeturas que solo pueden ser respondidas puertas adentro de la Santa Sede. Detrás de tan enigmáticos cabildeos de los purpurados debió existir más que un llamado espiritual. Dicho encuentro cardenalicio debió tener luces previas para arribar a la elección de Bergoglio.

Ciertamente la dimisión de Joseph Ratzinger fue objeto de un fuerte remezón de las estructuras de poder de la Iglesia, toda vez que causaron notoriedad acusaciones relativas a pederastia, prácticas homosexuales, lavado de dinero, nexos con la mafia, manejos irregulares de capitales (algunos de estos controversiales asuntos divulgados a través de los ‘VatiLeaks’), esto es, una crítica situación intramuros de la Basílica de San Pedro. En tales condiciones asumió el expresidente de la Conferencia Episcopal argentina el nombramiento papal.

Por su parte, Francisco I tiene historia propia. Desbordada de complejidades y no exenta de polémicas. Su trayectoria jesuita -a ratos acusada de personalismo- le permitió ejercer en su país el provincialato de la Compañía de Jesús, la docencia en el Colegio Máximo. Luego alcanzaría el arzobispado de Buenos Aires. Carismático con la gente, sacerdote de modales humildes, mantuvo una incómoda relación con ciertos personajes políticos, como los Kirchner, y una posición conservadora furibunda e intolerante en contra del aborto y del matrimonio igualitario. También ha sido contrario a la implementación de los juegos de azar. Es, por otro lado, indiscutible, su labor social, dirigida a grupos vulnerables, especialmente asentados en las villas en esa cruzada en pos de las ‘periferias existenciales’, desde la opción por los pobres. Pero su punto de controversia gira en torno a la pasividad demostrada ante denuncias de torturas y desapariciones en la época de la dictadura militar (1976-1983).

Los casos emblemáticos son los de los religiosos Orlando Yorio y Francisco Jalics, secuestrados y retenidos en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). De aquel tiempo se ha reflexionado que Bergoglio pudo haber intervenido con mayor compromiso para evitar tanto dolor humano.

Ahora, en un escenario distinto, con una enorme injerencia en la sociedad, Bergoglio intenta reacomodar los nudos conflictivos de la Santa Sede. Y, algo primordial: recuperar la confianza de los creyentes a partir de destellos de moral institucional. Ante esto, no le basta tan solo con ungirse de la bendición divina, sino también adoptar decisiones justas y equilibradas y rodearse de hombres que reivindiquen el Evangelio en la praxis.

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