Lo que definía en una columna publicada no más de hace pocas semanas, ‘la urgente necesidad de un correísmo crítico’, se ha finalmente materializado con la creación de un nuevo espacio que hace del debate y de la reflexión su razón de ser. La afinidad es evidente: el Foro de los Comunes cuestiona, en primer lugar, el encogimiento de los procesos deliberativos internos al movimiento de gobierno, condenando sin hesitación el excesivo verticalismo que ha subyacido al proceso de toma de decisiones, sin por eso desestimar los consistentes logros alcanzados por la Revolución Ciudadana. En el evento de apertura del Foro, realizado este sábado, se han subrayado otras deficiencias: entre ellas, el carácter puramente electoralista del movimiento, la escasa atención dedicada a la formación de los cuadros y la preeminencia de lo nacional por encima de lo local.
Más allá del tema netamente interno al movimiento, es necesario, sin embargo, ampliar el enfoque, y abordar más explícitamente también aquellas actuaciones gubernamentales que contradicen el compromiso adquirido por AP ante la ciudadanía a partir de 2006. La coyuntura nacional, en efecto, ofrece problemáticas que son consecuencia inmediata de un centralismo que de democrático tiene cada vez menos. Cabe ahí, por ejemplo, preguntarse sobre la oportunidad de que otros poderes del Estado estén en mano de personajes afiliados tan desfachatadamente al correísmo, así como también sería adecuado, en pos de la fortificación de los procesos democráticos, referirse con mayor respeto a caminos de participación política que, si bien se alejan de las decisiones gubernamentales, son síntoma de una sociedad civil vibrante y protagónica. Es más, nos indican una virtud que AP ha ido perdiendo: la construcción desde abajo, reemplazada progresivamente por un marketing políticamente estéril.
¿Cómo situar teóricamente la intervención del Foro? El populismo correísta ha logrado desbloquear inercias políticas incrustadas, articulando numerosas demandas populares insatisfechas, pero sobre todo proveyendo a través de la figura del Presidente un blanco para el afecto ciudadano, el cual ha desplazado otros objetos de identificación pasional. Solo de esta forma se explica la fuerte fijación hegemónica lograda. Ahora bien, ¿cuál es el camino a seguir? ¿Vamos hacia un reforzamiento de esa identificación a expensa del debate y de la deliberación democrática, como muchos han imprudentemente sugerido el día después del 23F al proponer otro mandato para Rafael Correa, o será más sensato concebir el afecto bajo una concepción más ética, es decir institucionalizando una forma no totalizadora de relacionarse a la pasión? La identificación con el líder tiene de hecho el beneficio de facilitar la creación de un nuevo pueblo, un nuevo sentido común, pero al mismo tiempo dos potenciales contragolpes: por un lado, nuevas formas de representación de la realidad pueden resultar injustamente bloqueadas, mientras por el otro la desaparición repentina del líder puede desatar una crisis de identidad, preludio al desmoronamiento del proceso. Venezuela docet.
Por eso, la mediación de esta tensión, con el progresivo pasaje de la centralidad del líder a la de las ideas, es la forma más ética, democrática e incluso más sostenible para mantener en pie la hegemonía de la izquierda. La tarea principal del Foro debería ser justamente la de encauzar la Revolución Ciudadana hacia este curso renovador.