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El Telégrafo

Fin de una huella cronológica

28 de diciembre de 2011

El paso inevitable del tiempo se superpone en el acontecer humano. El obligado devenir de los días pervive entre la dicotomía existencial. El trajinar común de las personas anónimas se refleja en la subsistencia no ajena de limitaciones y fracasos. El cúmulo de anhelos inconclusos es revisado en el colofón de un ciclo cronológico. La nostalgia emana tras los meses transcurridos, y, con ellos, las acciones efectuadas con el entusiasmo que demanda
la vida.

Se advierte la cosecha de los logros y de los deseos pendientes. Entramos en una etapa de valoraciones de las metas trazadas. Junto con la culminación anual, evaluamos los objetivos alcanzados y añoramos los hechos positivos inmediatos. En el ámbito colectivo las asimetrías se patentizan, dejando pesares y marginalidad. Y, a la vez, la utopía persiste y se agiganta en los corazones indignados de los desposeídos. Cada ciudadano/a explora en sus adentros aquellos demiurgos que no le permiten existir en plenitud en la perseverante búsqueda de la excelencia.  

El fin de año es un momento significativo en nuestro medio social, en donde se entrelazan marcadas tradiciones y costumbres. Es el tiempo de la quema del monigote y del jolgorio familiar. Del abrazo con el amigo/a y de la degustación culinaria. De las tarjetas y los mensajes escritos. Vamos dejando huella en el tránsito comunitario, y, de eso, precisamente, damos fe en el instante particular del autoanálisis. Hay una ruptura entre el pasado y el sendero inevitable del futuro. Sin desconocer la plenitud vivencial del presente.

La catarsis popular se percibe en las plazas y en las calles, en una fiesta que sintetiza una manera común de expresión solidaria y fraterna. Es la emancipación de los sentidos, pero, también, la mirada esperanzadora al horizonte promisorio. La gente asimila la consumación de afanes y aconteceres, de designios y realizaciones. Es el oportuno intervalo entre el recuerdo y el acontecimiento posterior, entre los pesares y la luz de la felicidad.

Concluye el 2011, y en esa dimensión tutelar y cosmogónica emprendemos renovados bríos y actitudes prospectivas que viabilicen mejores vientos de supervivencia. Estamos en el umbral de un nuevo año y, con ello, de la conjunción de buenos deseos, que deben persistir en cada pensamiento y actividad diaria. En esta transición temporal la conciliación permite valorar en alto grado al ser humano, como sujeto de cambio permanente, en beneficio individual y conjunto. Como dice Silvio Rodríguez: “El fin de año huele a compras,/ enhorabuenas y postales/ con votos de renovación…/ Unos festejan sus millones,/ otros la camisita limpia/ y hay quien no sabe qué es brindar”.

Hagamos de 2012 un año para nuevas luchas que enciendan la mecha de aquellos viejos sueños que atormentan y apasionan nuestras vidas.

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