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El Telégrafo

Fiestas solsticiales

09 de enero de 2014

El primer festejo colectivo del mundo andino-ecuatorial fue el albazo o fiesta del alba, con la cual los pueblos indígenas celebraban cada día el regreso del Inti o Padre Sol. Pero esa alegría cotidiana se transformaba en fiesta colectiva en el amanecer de los grandes días de la astronomía andina, es decir, en los solsticios y los equinoccios, que marcaban los cambios estacionales.

Ya en la época colonial, los indios quiteños y sus descendientes, privados de su ethos cultural, prohibidos de danzar y cantar a la antigua usanza de sus antepasados, constreñidos a las celebraciones festivas marcadas por el calendario oficial o el santoral religioso, lograron mantener algunas de sus tradiciones festivas e incluso recrearlas bajo el alero de la fiesta religiosa y, en general, de la fiesta popular. Y el albazo fue una de esas expresiones de resistencia cultural.

Así, pues, los indios y otras gentes de la plebe colonial hicieron de la fiesta del alba una ocasión para regocijarse a sus anchas y desbordar los rígidos controles de la autoridad. Con “multiplicados repiques, golpes de música, estruendos de la pólvora que se dispara[ba] en cohetes, y otras invenciones”, llenaron de bullicio y alegría los amaneceres quiteños, aunque con ello produjeran “la incomodidad del vecindario en el tiempo más a propósito para la quietud y el reposo, [así como] la fatiga de los enfermos y otras consecuencias…”, según testimonios de la época.

Obviamente, la celebración de los albazos provocó protestas de las “gentes de bien”, quienes pidieron una y otra vez a la autoridad que refrenara los escándalos de la plebe congregada en las madrugadas para tales festejos. Respondiendo a los reclamos, el presidente de la Audiencia de Quito, don José Diguja, dictó en 1769 un “Auto sobre prohibición de albazos o alboradas”, que en su parte resolutiva manifestaba: “[El Presidente de la Audiencia de Quito], deseando atender al bien de la República, evitar las ofensas a Dios y los desórdenes, dijo: que debía de prohibir y prohíbe las alboradas o albazos, absolutamente, y mandó que ningún músico, cohetero ni otro oficial [artesano] concurra a celebrarlas, ni con este motivo se junte y congregue gente en las calles a la medianoche o al alba…”.

Siglos después, los ecos de esa fiesta nativa todavía perviven en Quito y el Ecuador, bajo la forma del género musical llamado albazo, uno de los más cultivados del país, que sigue siendo una expresión de alegría y cantando el nacimiento del Sol, aunque se interprete a cualquier hora del día. Es más, en casi todos los pueblos de la serranía los programas de festejos locales señalan su inicio con un albazo, tocado por la banda del pueblo a las cinco de la mañana.

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