Según algunos historiadores, los orígenes de las fiestas de carnaval se remontan a las antiguas poblaciones de Sumeria y Egipto hace más de cinco mil años. Desde allí se difundió la costumbre por Europa. Fue traída hasta América del Sur y el Caribe, por los navegantes españoles y portugueses que nos colonizaron a partir del siglo XV.
Es muy común que en carnaval se organicen fiestas de disfraces. Los discípulos de Baco deciden la indumentaria a usar. Algunitos hicieron de nuestro país un carnaval permanente… con los dineros del pueblo, claro está.
Recordamos a ustedes, amables lectores, disfraces que algunos de los “selectos” invitados utilizaban en las fiestas que se organizaban en Carondelet en aquellos tiempos “dorados”, cuando las minorías gobernaban: Asaltantes disfrazados de banqueros. Truhanes disfrazados de jueces.
Evasores disfrazados de empresarios. Codiciosos, de políticos. Demonios, de santos. Títeres del “statu quo” disfrazados de entrevistadores. Cuenteros, de columnistas. Charlatanes con déficit neuronal disfrazados de comentaristas. Pillos, de fiscalizadores. Propietarios de papeles de la deuda externa disfrazados de altruistas. Colonizadores disfrazados de indígenas. Traidores, de patriotas. Peones internacionales disfrazados de capataces criollos. Piratas, de auditores. Expertos catadores disfrazados de embajadores. Finos comensales disfrazados de cónsules… ¡Qué tiempos aquellos!
Cuando llegan los cambios por decisión política del pueblo, este se convierte en anfitrión. Unos cuantos se decepcionan. Otros se irritan. Varios están deprimidos y frustrados: ya no ordenan, no chantajean, ya no disfrutan del dinero ajeno… como antes.
En estos tiempos, los legítimos representantes del pueblo ecuatoriano han convocado a continuar construyendo los cimientos de la Patria Nueva. Los esfuerzos -en favor de las mayorías- no deben detenerse.
El llamado a seguir trabajando por el pueblo tendrá oídos receptivos en todos los que lo aman. Para participar no hace falta smoking ni frac. Ropa de trabajo es suficiente. Quienes asistan a la convocatoria no necesitarán disfraces, máscaras, caretas ni desdoblamientos. El anfitrión los conoce perfectamente.
La historia verdadera, aquella que la escribe el pueblo, se encargará de desenmascarar a los farsantes. Los mentirosos serán identificados y derrotados nuevamente por el soberano.
Ciertas minorías deben comprender -de una vez por todas- que las fiestas de disfraces con dinero ajeno en Carondelet, ¡se terminaron!