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El Telégrafo

Fiesta

14 de septiembre de 2013

El porche de la casa está decorado para la ocasión: globos, guirnaldas, carteles, manteles de colores y un improvisado equipo de música para amenizar la velada.

Suena el Rock de la cárcel, pues sólidos barrotes separan el recinto de la calle, aunque no de las miradas curiosas: los vecinos observan la llegada de los invitados, esos intrusos a los que no les dieron la bienvenida personalmente.

Porque la gente es curiosa, y también los delincuentes, que han sido avisados y pagados con tiempo para que no molesten. La fiesta se celebra en un barrio modesto, y llaman la atención los coches que van parando en la puerta de la casa. Los amigos traen regalos para el hijo del anfitrión, que pone todo su cuidado para que no les falte nada: cerveza, refrescos, frutos secos y bocadillos.

Luego llegan el chorizo, el arroz y el pollo, y una tarta decorada con el escudo del Barcelona: el cumpleaños debe ser un día memorable, pues Javier acaba de cumplir once años y últimamente parece triste. Al principio, la gente habla poco y come y bebe mucho.

Luego empiezan las risas, las confianzas y algún baile. Anochece, y la casa es un foco de luz y alegría cuando llega el momento de apagar las velas. “Pide un deseo”, dice alguien. Y cuando Javier sopla sobre la tarta, todo el barrio resplandece de luz.

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