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El Telégrafo

Fernando Velasco

04 de diciembre de 2013

Brillante y comprometido. En el plano político, la vida de Fernando Velasco es ejemplar. Un compromiso de lucha social a toda prueba, vinculado siempre a los anhelos más profundos y justos de los trabajadores del país. Ese compromiso se desarrolló en una época difícil, cuando el nefasto triunvirato militar (1976-1979) preparaba un retorno a una democracia de baja intensidad o restringida, como la llamó Agustín Cueva, orquestada por lo que hoy conocemos como partidocracia. Su muerte prematura en 1978 privó a nuestras luchas sociales de una de sus figuras más positivas.

Velasco hubiese querido que sus escritos y aportes se los vea como instrumentos de análisis, siempre sujetos a la dialéctica, siempre perfectibles.

En el nivel de las ideas, su legado es muy importante. Era profesor de economía política. Una materia que dejó de tener importancia en las universidades ecuatorianas -y en la mayoría de universidades del mundo- conforme avanzó la contrarrevolución neoclásica (o neoliberalismo, en nuestra región) a fines de los años setenta y toda la década de los ochenta, para finalmente concretarse como ‘reformas de segunda generación’ en la década final del siglo, con la dirección de Alberto Dahik, Augusto de la Torre, Luis Jácome, Ana Lucía Armijos, Francisco Swett, Pablo Lucio Paredes, entre otros.

Si Fernando Velasco siguiese vivo (hubiese tenido alrededor de 45 años cuando los políticos mencionados trataron de profundizar la reforma neoliberal), sin duda que sería un contendor tenaz e implacable de esas ideas perniciosas para la sociedad y la naturaleza, pero tan preciadas para el gran capital, criollo y transnacional.
 
Pero esta elucubración contrafactual no es más que eso, una elucubración. El hecho real es que murió demasiado pronto, pero nos dejó un importante conjunto de análisis sobre los problemas sociales ecuatorianos y en especial sobre el rol y perspectivas de la clase trabajadora. Y lo más relevante, un pensamiento ligado a la acción, no a la teoría per se. Publicó varios libros cruciales para las ciencias sociales, entre otras: Reforma agraria y movimiento campesino indígena de la Sierra (su tesis de grado para optar por el título de economista en la PUCE) y Ecuador: subdesarrollo y dependencia, enseñándonos que la rigurosidad y el compromiso político no están reñidos, y que es mejor expresarlos en forma clara y diáfana. Lo contrario es hipócrita: políticos disfrazados de ‘académicos’, que se valen de las aulas para imponer su ideología.


Ese legado, que constituye la base de sus ideas políticas, siempre ejemplares, debe seguir siendo motivo de crítica y reflexión en el ámbito académico. No es que la cátedra de Fernando Velasco dejó de tener importancia. Todo lo contrario. Sucedió, más bien, que esa oscura marea llamada neoliberalismo trató de arrasar con todo lo que fuera o pareciera ser pensamiento concreto, social, latinoamericano.


De ahí la importancia del seminario que organizó la Flacso, la semana pasada, sobre su legado y pensamiento. En la visión política de Fernando Velasco, lo último que él hubiera querido para sus escritos y aportes es que sean considerados como letra dogmática. Estoy convencido de que hubiera querido que se los vea como instrumentos de análisis, siempre sujetos a la dialéctica, siempre perfectibles. En otras palabras, siempre vivos para la consolidación del pensamiento social latinoamericano. 


Pero me pregunto si él hubiera querido que sus ideas sean vistas como una proposición teleológica. La emergencia de nuevos problemas regionales y globales (reprimarización de nuestras economías, libre comercio, exclusión social, sobreexplotación de los recursos naturales, pérdida de biodiversidad, intercambio desigual en lo económico y ambiental, cambio climático) nos obligan a repensar las tesis. Pero esta ya es una discusión presente, actual, que podemos asumir con fundamentos basados en nuestros antecesores en el pensamiento social, uno de ellos es Fernando Velasco, proficuo y brillante. Y debemos agradecer su legado.

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