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El Telégrafo

Fascismo light

20 de abril de 2012

“Si el mundo no tuviera tan mala memoria estaríamos más cerca de Dios”, nos estableció hace más de treinta años  nuestro gran Alfredo Pareja Diezcanseco. Mas definitivamente lamentable se torna su sentencia cuando precisamente la omisión parece ser la norma de la convivencia social y, por tanto, el pensamiento de Pareja haya quedado como tal. La humanidad olvida y se refugia en su cabal relegación evocativa, cada cierto tiempo aparecen los testimonios fehacientes de su negligencia y estravío.

Nadie ha podido descifrar todavía aquel precepto lapidario de “volver al principio”, como si al partir de ese criterio fatalista de regresar a los comienzos se borraran los asesinatos y las tropelías del pasado, y con la alegoría de futuros inconstantes se puedan crear certidumbres sustanciales que aprisionen el hálito vital de la veracidad histórica.

Tal sucede, por ejemplo, con el supino desconocimiento y hasta la amnesia de los hechos de la Segunda Guerra Mundial, la enorme catástrofe bélica sin parangón desde que el ser humano dominó la Tierra, escenario trágico donde decenas de millones de hombres y mujeres perecieron y otros tantos quedaron mutilados o enloquecidos.

Doce millones de madres inclinaron sus rodillas en nobles homenajes a sus hijos exterminados, caídos en los campos de batalla, durante los bombardeos y hundimientos de buques, millones de mujeres jóvenes y hasta niñas se prostituyeron en aras de la supervivencia, la muerte atómica extinguió ciudades y poblaciones y se llevó a un pueblo entero al exterminio en las cámaras de gas, pero increíblemente ya nadie habla de ello, ni siquiera como tema de sobremesa espirituosa.

Al intentar esconder o manipular la verdad se ha logrado que los malhechores vuelvan a las andadas, las generaciones nacidas después de los tumultuosos acontecimientos de la mayor conflagración universal ignoran en forma flagrante que hubo un loco demente que se llamaba Hitler, unido a múltiples compinches guerreristas plenos de fanatismos y vicios, millonarios empresarios dispuestos a todo con el fin de ganar dinero, y medios de prensa  obedientes al eslogan de Goebels: “Mentir, mentir, que de la mentira algo queda”. La adición siniestra de malvados crímenes sobre centenares de miles de personas, fechorías de todo orden y diabólicas maldades cometidas por quienes se creían una raza superior tienen un nombre: Nazi-Fascismo.

La barbarie que corresponde a sus símbolos y la paranoia evanescente de su mitología ha tenido émulos en el Cono Sur de América, las dictaduras genocidas en Chile, Uruguay y Argentina. En esta última nación hermana el mayor de los terroristas de Estado, Videla, con demoniaco cinismo afirmó que “mató a 8.000 argentinos y que hizo desaparecer los restos para no provocar protestas dentro y fuera del país”.

Parece que ni el horror tenía cabida en esos tiempos del “plomo”, por ello, al comentar este hecho noticioso, fruto del trabajo  de Ceferino Reato en el libro “Disposición final”, conversé con un amigo argentino de muchos años, y solo atinó a decirme que esta es una forma del fascismo light que se practica desde siempre en nuestro mundo civilizado como expresión de la desmemoria colectiva. Holocaustos y tragedias sin sentido vuelven a cometerse.

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