Las faltas de ortografía son una de las consecuencias más visibles de la mala calidad de nuestra educación nacional. Esas faltas son desagradables en el uso cotidiano, pero se vuelven insufribles y muy dañinas cuando las comete un comunicador social, cuyos textos van a ser leídos por infinito número de lectores.
Leí en la edición impresa de este diario, del miércoles 11 de abril, una noticia sobre un asalto a empleados de Editogran, en la que se decía que “cinco delincuentes intersectaron” una camioneta. Pensé en enviar una carta al redactor de la nota, pero no constaba su nombre. También pensé en enviar una carta a la redacción, pero decidí escribir este artículo, para alertar sobre la generalización de un error fonológico o de pronunciación, que finalmente se ha convertido en error ortográfico o de escritura.
Ese error, bastante generalizado en nuestro país, consiste en la mala pronunciación de las palabras que tienen una P intermedia, tales como apto, concepto, acepto, precepto o interceptar, a todas las cuales se las pronuncia con C, de modo que se oye decir: acto, concecto, acecto, prececto o intercectar.
Para evitar ese feo error, solo hay que pronunciar la P juntando los labios, porque se trata de una consonante bilabial.
En general, una pronunciación incorrecta se debe a factores sociolingüísticos, pero no por ello hay que tolerarla. Al contrario, debemos fomentar en todos los ámbitos educativos, laborales y comunitarios el cultivo de una “dicción pura, clara y correcta”, como recomendaba el Libertador Simón Bolívar.
Una buena dicción es nuestra mejor carta de presentación personal, tanto para solicitar trabajo, enamorar o entablar conversación. Así podremos lograr que una persona acepte nuestras propuestas, que una empresa recepte nuestra solicitud de empleo, que nos estimen aptos para una función o que nos conceptúen como buenos periodistas, sin que nadie critique ni intercepte nuestra labor profesional.