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El Telégrafo

¡Explórate a ti mismo!

23 de mayo de 2013

Lo dijo Henry David Thoreau, autor, poeta y filósofo del siglo XIX; y añade: “Para eso hace falta visión y valor”. Parece que sus palabras describen una sed de autoconocimiento, que se presenta en forma tan ingenua como la lectura diaria del horóscopo y de los signos astrológicos; o sumamente bizarra como usar la frenología que trataba de describir el carácter mediante la cuidadosa medición de las protuberancias de las cabezas de las personas; o los quirománticos que analizan los pliegues de las manos para determinar el destino de sus creyentes;  y por su parte los grafólogos se entretienen con las caligrafías; claro que ya nadie cree en la litomancia que adivina mediante la interpretación del sonido producido por dos piedras que se golpean; ni en la onicomancia que predice la personalidad por los reflejos de las uñas aceitadas de una joven virgen, caída en desuso por falta de materia prima; y por supuesto los más avanzados usan  los caminos abiertos por los psicólogos, tales como Freud, Jung, Adler y otros.

Esta necesidad de autoconocimiento va en aumento en forma sospechosa. De hecho, el premio Nobel francés, André Paul Guillaume Gide sugiere que la demasiada observación de nuestras mentes podría retrasar nuestro desarrollo: “Una oruga que quisiera conocerse bien a sí misma no se convertiría en mariposa”.

De cualquier manera, la mayoría (y yo estoy entre ellos) creemos que cuanto mejor entendamos los motivos de nuestro comportamiento, mejor podremos prever  nuestras reacciones y reconocer su naturaleza.  Y claro, esto nos acercaría más a la felicidad o por lo menos a una cierta aceptación impávida de nosotros mismos.

La vida civilizada occidental del siglo XXI tiende a embotar los sentidos. La tecnología nos proporciona  millones de aparatos que hacen por nosotros lo que antes hacíamos por nosotros mismos. Las computadoras ponen la ciencia en la punta de los dedos; Google eliminó la necesidad de leer enciclopedias;  el transporte motorizado simplificó movernos con nuestras piernas. Y no me estoy quejando de la calidad de la vida contemporánea, pues pocas personas elegirían vivir en otro tiempo que no fuera el siglo XXI. Ya que el mundo moderno hace tantas cosas por nosotros, que realmente tenemos que ponernos a un lado para no estorbar, quedando verdaderamente solos, siendo nuestra propia compañía.

Hemos llegado a creer que de algún modo no estamos tan profundamente implicados en la vida como los estuvieron nuestros padres y abuelos. Ellos sabían instintivamente su realidad interior.  Nosotros buscamos el autodescubrimiento, tal vez con el consejo de nuestro vecino de al lado o de un compañero de oficina y desgraciadamente llegamos a desarrollar un intenso egoísmo por la creencia de que al encerrarnos profundamente en nosotros, podemos encontrar tranquilizadoras noticias sobre el verdadero significado de nuestra existencia.

Pero como dice Thoreau, se necesita valor para explorar nuestro interior, pues no es fácil ni cómodo vernos a nosotros mismos como nos ven los demás. Pero es muy necesario cuando somos autoridades, para quienes  el descubrimiento o redescubrimiento de lo que nos hace actuar en la forma que actuamos es posible que nos ayude a cuestionar los prejuicios que vigorosamente sostenemos y a interpretar mejor los conceptos de: libertad, juventud, amor, justicia, poder, salud, inteligencia y, finalmente, de la vida misma.

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