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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Estos sí son amores sagrados

Historias de la vida y del ajedrez
16 de julio de 2015

Podría creerse que en este mundo despiadado ya no hay crímenes que conmuevan. Pero este, que sucedió en el sur de Bogotá, sigue estremeciendo a quienes lo recuerdan.

Las víctimas se llamaban Rafael Reátiga y Richard Piffano. Eran dos amigos entrañables, desde jóvenes, y ambos sacerdotes, párrocos de la iglesia Jesucristo Nuestra Paz, y San Juan de la Cruz.

Al principio todo pareció un simple caso de asalto y robo, con consecuencias fatales. Lo curioso es que los asesinos, que habían disparado dos armas distintas, apenas les habían robado el celular. Demasiado despliegue de violencia para un robo mínimo.

La Policía empezó a investigar. Había detalles curiosos que no cuadraban. Una semana antes los sacerdotes habían transferido todas sus propiedades y bienes a favor de familiares y el mismo día ambos habían retirado grandes sumas de dinero de sus iglesias.

Ambos, a la vez, durante las últimas homilías, pedían a sus fieles que rezaran por ellos porque enfrentaban momentos muy difíciles.

Todas estas piezas juntas llevaron a los investigadores a imaginar que aquella doble muerte tenía demasiadas coincidencias.

Finalmente, por triangulación, la Policía logró localizar uno de los teléfonos celulares, y enseguida capturó a uno de los delincuentes.

Entonces se armó el más inesperado rompecabezas que nadie hubiera podido imaginar. Uno de los hombres que participó en el doble crimen, creyente profundo, estaba a punto de confesar y entregarse a las autoridades, al saber por las noticias que los dos muertos eran sacerdotes.

“Matar gente, sí”-pensaba el hombre- “pero a dos sacerdotes, eso ya es sacrilegio. Y para eso el perdón es más difícil”.

Lo que el hombre confesó enseguida resultó imposible de creer, aunque era cierto: cuando le preguntaron quién lo había contratado para matar a los dos sacerdotes, el sicario los dejó a todos estupefactos.

“Los dos sacerdotes, ellos mismos me pagaron para que yo los matara. Ellos tenían un pacto de muerte”. Y era verdad.

No solo tenían un pacto de muerte, sino una enfermedad mortal que habían contraído en sus andanzas nocturnas, en bares LGBT, a los cuales asistían con frecuencia, disfrazados, para no ser distinguidos.

Y para evitar un final largo y vergonzoso, contrataron sus propios sicarios. Valiente decisión, sin duda, de dos hombres que supieron, desde que se conocieron en el seminario, que su amor era sagrado.

En ajedrez, también, la fórmula es “rápido y sin dolor”. Miren lo que hace el negro:

1… DxP!! Y si 2: AxD; AxA y viene mate en 8T

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