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El Telégrafo

¡Estas chicas peruanas!

10 de mayo de 2013

Sucedió en Lima. Todos decían que la culpa fue del curita aquel día de Semana Santa, cuando ordenó que todos tenían que hacer fila pública para confesarse. Dado que se trataba de dar muestras de humildad y reconocer que todos eran pecadores, no había concesiones. En la fila para el confesionario se mezclaban desde aristócratas encopetados hasta las vendedoras del mercado.

Por alguna razón desconocida, la mujer que estaba arrodillada en el confesionario tomó más tiempo de lo previsto en recitar sus pecados. Esperando, muy nervioso, en el tercer puesto de la fila, como uno más, estaba el virrey Manuel Amat, que ese día cumplía 60 años. Cuando la mujer terminó la confesión, el hombre descubrió que era apenas una niña de 15 años, así que abandonó la fila y decidió seguirla durante unas cuadras. Ese fue el primer escándalo: en aquella Semana Santa, el virrey Amat se negó a comulgar, atormentado ¡solo Dios lo sabe!, por qué inconfesables pensamientos que lo despertaban a medianoche, bañado en sudor frío.  

Después supo que esa limeña se llamaba Micaela Villegas y que era un pichón de actriz, con mucho éxito.
Pasaron los días y Micaela se convirtió en actriz rutilante, deseada por todos, pero el más duro competidor era el virrey Amat, que le llevaba 44 años de diferencia.  Y como el poder es para poder, el virrey se lanzó de cabeza a la conquista de aquella chiquilla.

Ella le respondió: “Seré tuya el día que pongas la luna a mis pies”. El hombre, dispuesto a todo, mandó a construir el famoso Paseo de Aguas, bordeado por arcos afrancesados y al centro una amplia fuente donde se reflejaba el cielo. En una noche de luna llena el virrey la llevó al borde de dicha fuente, y le dijo: “ hoy pongo la luna a tus pies”.

Micaela cayó en la trampa de sus propias palabras y no tuvo alternativa, así que hizo más tibias las noches del virrey. Y no cesaron los presentes a la casquivana llena de brujería: joyas, carrozas enchapadas en oro y plata, y hasta castilletes, con tal de que se sintiera amada y amarrada.

Y como en las relaciones totales, no faltaron tampoco las disputas y las escenas de celos. En una de ellas, en plena calle, el virrey la llamó “perra y chola”. Desde entonces, los limeños lo llamaron con el apelativo cariñoso y envenenado de “Perricholi”.

El virrey, ya casi con 80 años, fue llamado a abandonar el cargo. Regresó a España, la “Perricholi” se quedó sola y rica, se casó con otro, enviudó pronto, y decidió refugiarse en un convento. Pero los tiempos cambian y parece que las pasiones que desatan las peruanas no siempre tienen dulces finales. En la vida, como en el ajedrez, hay que tener cuidado con las damas. Juegan Johansson vs. Messing. Berlín, 1973.

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