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El Telégrafo

Estadios libres de mallas y violencia

24 de enero de 2014

En su condición de golero atajó el penal que convirtió a LDU en campeón de la Copa Libertadores en  2008. Y en su condición de ministro acaba de convertir un ‘golazo’, al emprender una campaña para terminar con la violencia en los estadios. Una de esas medidas, sin duda riesgosa y valiente, es la de desterrar, ojalá para siempre, las mallas metálicas que convirtieron a los estadios en ‘jaulas’ en las que estaban encerrados los aficionados.

Es una decisión riesgosa y valiente porque previamente no se hizo una campaña masiva para que los aficionados sean plenamente conscientes de las implicaciones de esta medida, tal como se hizo, por ejemplo, en Colombia.

Para la Copa América que organizó Colombia en 2001 se realizó una campaña para desterrar la violencia y obtener de las principales hinchadas el compromiso de buen comportamiento. La campaña fue exitosa, no se produjeron incidentes y, además, Colombia ganó el torneo.       

El primer escenario deportivo sin mallas será el Olímpico Atahualpa, de Quito, sede de los partidos de la selección. No es gratuito, por tanto, que el proyecto se inicie en este escenario y en esta ciudad.

Previamente, los ministerios del Deporte y del Interior dialogaron con los representantes de las hinchadas organizadas, en especial de los equipos con mas rivalidad: Emelec, Barcelona, LDU, Deportivo Quito y El Nacional. Y el proyecto ha sido diseñado bajo los parámetros y asesoría de dirigentes del fútbol inglés, quienes lograron controlar a los violentos  hooligans.

El quitar las mallas es un hecho que marcará una nueva pauta en las relaciones sociales al interior de los estadios. Como sabemos, es en estos escenarios en donde se vive intensamente el fútbol, en los que “los universos simbólicos se crean y difunden”, como señala Fernando Carrión.  Representaciones que reproducen lo que sucede en la sociedad. Fútbol y sociedad no son ajenos, por el contrario, están atados y nos revelan el modo de ser y sentir de una ciudad, de un país.

El fútbol (espacio de representación) es también una fiesta, en la cual se consumen productos y cultura (modo de ser) y se generan liderazgos (el propio José Francisco Cevallos) y se construyen también ‘adhesiones y adicciones’. Por ello, por ser una fiesta, era absurdo prohibir el ingreso a los estadios de bombos, tambores y banderas. La mecha de la violencia no está en estos instrumentos para animar a sus equipos.

Una fiesta sin música no es fiesta. Un partido de fútbol sin banderas es desabrido y silencioso. Y los silencios en los estadios sirven para otra cosa. Ese silencio que revela el temor y el peligro cuando el equipo rival ataca. Y el suspiro que nos alivia cuando ese peligro ha pasado.

Es ahora necesaria una campaña dirigida a los aficionados y, sobre todo, a las hinchadas más agresivas.  Pero también es esencial el compromiso de todos, entre ellos de los propios medios de comunicación y periodistas deportivos acostumbrados a ‘promocionar’ los partidos como grandes batallas y a generar rivalidades y confrontaciones innecesarias.   

Sin mallas veremos mejor los partidos, ya no habrá esa tela metálica que separa la grada del césped (aunque sí una gran fosa) y podremos estar más cerca de nuestros jugadores, de nuestros ídolos deportivos. Y eso se goza y se disfruta.

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