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El Telégrafo
Arianna Tanca Macchiavello

El espejismo electoral

31 de enero de 2022

Todos nos sentimos frustrados cuando escuchamos declaraciones pintorescas de nuestros representantes, cuando los destituyen o terminan presos. Detrás de estas acciones se esconde un debate importante: la decadencia del sistema de partidos. Estamos a vísperas de una elección. Desde ya, nos acecha la incertidumbre sobre las elecciones. Toda la atención estará sobre los candidatos, partidos y las instituciones. Veremos pues, querido lector, los desafíos actuales de las organizaciones políticas. 

Los partidos son el vehículo de la democracia. Son los encargados de elegir a la clase política, asegurar mínimos de gobernabilidad y representan los intereses de todos en la Asamblea. Para desempeñarse en este campo, necesitan de estructuras territoriales, liderazgos capacitados para asegurar continuidad, militancia, una agenda política, un plan de trabajo, entre otros. Lo más importante, deben insertarse en la sociedad para actuar como puente entre los ciudadanos y el sistema político.

Cuando ello no se cumple, vemos consecuencias como la fragmentación, polarización y desconfianza. ¿Sabía usted que hay 269 organizaciones políticas? De ese total, hay apenas 7 partidos políticos,el resto son movimientos locales. Tenemos un exceso de agrupaciones pero deficiencia democrática. La escasa institucionalidad permite que existan los partidos de alquiler, los fugaces —porque  solo aparecen  en las elecciones—, los que solo quieren el fondo del CNE para fines personales. Nos olvidemos, también, de la manipulación de los distritos electorales para concentrar el poder. 

Hoy en día el sistema de partidos se construye alrededor de nombres y capataces. Sabemos que los procesos de democracia interna son una fachada. Son maquinarias electorales preocupadas solo por ocupar espacios pero no de insertarse en la sociedad para generar vínculos fieles. El número creciente de competidores provoca la fragmentación de las opciones, resta legitimidad y complica la toma de decisiones. Más partidos no implica mejor democracia, pero mejores partidos sí contribuyen a fortalecerla.

Otro tema pendiente: la participación política efectiva de las mujeres. Si bien por ley se deben garantizar ciertos espacios, ello no asegura una actuación efectiva. Es decir, somos consideradas un mero requisito más no un elemento clave para el desarrollo de la institución. Los espacios de decisión todavía son inclusivos. La democracia necesita de las mujeres. 

Asimismo, independiente a las reformas legales, los partidos políticos tienen una responsabilidad enorme. No se trata solo de construir democracia, sino también de ser demócratas. Cada candidato, cada dirigente, cada militante debe actuar como predica en campaña. Si cree en la democracia, pues que actúe como demócrata aunque le cueste votos. 

Los políticos tienen el deber de rechazar las actitudes antidemocráticas dentro y fuera de su partido, para evitar que estas fuerzas desmantelen la institucionalidad. Deben  asegurar mínimos de gobernabilidad, aunque, nuevamente, le cuesten los votos.  Mejorar la cultura política del país no se hace a decretazos pero sí asumiendo este compromiso. Y nosotros, como  sociedad, vigilando.

Esta es una discusión importante que debemos alentar desde la ciudadanía. Es momento de adaptar nuestra normativa electoral a la realidad que tenemos enfrente. Hace falta un código más riguroso que incluya más sanciones, más control, más fiscalización y más umbrales de participación.  Es momento de desincentivar el uso personal de los partidos políticos porque los recursos públicos no pueden ser arcas de sueños electorales. 


Cuando nos quejemos de los políticos, no olvidemos de jalarle las orejas a los partidos auspiciantes. Recuerde, querido lector, alguien pensó que era una buena idea apostarle a ese candidato.  Los partidos deben ser guardianes de la democracia pero la dejan a la deriva.

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