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El Telégrafo

España y sus políticos

10 de octubre de 2012

La primera impresión que tuve de mi estancia en España fue el generalizado rechazo ciudadano a la tarea política. En el ambiente cotidiano cunde una marcada aversión a todo lo que huela a clase política. Esto se explica, desde luego, por la prolongada crisis financiera que atraviesa este país, así como otros pares de Europa (Grecia, Portugal, Irlanda, Italia).  

En sí, los políticos/as han perdido la confianza de la gente y, con ello, la credibilidad de sus votantes; elemento básico para alcanzar óptimos niveles de gobernanza. La falta de consensos, el engaño ante la aplicación de una legislación que favorezca a las mayorías y no a pequeños sectores privilegiados (la banca, por ejemplo), la carencia de profundización del debate, el agotamiento del modelo imperante, la ausencia de liderazgo, entre otros, son factores de descontento colectivo. Hasta el fútbol ha sido objeto de politización, a propósito de la tesis independentista.

Entonces, da igual que los políticos distribuyan sus tarjetas de presentación con distintivos de izquierda o de derecha, porque actúan con similar libreto. Acometen los mismos errores. A ratos se vuelve difícil diferenciar los códigos ideológicos por esa praxis curiosamente tan parecida. Comen en la misma mesa, aunque en diferente plato.

Por eso debe ser que la gente los repudia. Así reflejan los sondeos de opinión en donde un alto porcentaje de los consultados asevera no confiar en la dirigencia política. Ese estigma recae, especialmente, en las dos principales fuerzas partidarias: Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE). El primero en pleno ejercicio del poder, con un tremendo repudio de su cabeza visible, el presidente Mariano Rajoy, y sus destemplados esfuerzos de recortes presupuestarios en perjuicio de la inversión social.

Sobre el tema, diario El País asevera en su página editorial lo siguiente: “El profundo malestar social incubado durante la crisis económica está derivando en un problema de confianza en el sistema político” (pág. 26, octubre 8 de 2012).

La expresión ciudadana ante la incapacidad de sus políticos se refleja en manifestaciones, actos de protesta e irrupción masiva de sectores indignados y grupos emergentes por el creciente desempleo, exclusión y recesión económica. La agitación social cada vez se agiganta y las voces de insatisfacción se multiplican.

La lección que deja en esta rápida mirada a los políticos del país ibérico es que los vicios y esquemas establecidos en la gestión en torno a este complejo ámbito de la cosa pública, se replican en otros lares del orbe, con ciertas diferencias de forma, antes que de fondo.

La demagogia, la argucia, la ambición, la intolerancia, la mediocridad, el pacto de trastienda, son términos que calzan a la perfección para caracterizar al político adicto al sillón del poder. Es que los políticos con tales “cualidades” se obsesionan por atrincherarse en las fauces del placer, por acceder sin límites a las canonjías asumidas desde un cargo de representación popular. Los políticos en España y/o en cualquier lugar del mundo son cortados con la misma tijera. Aunque, hay escasísimas excepciones.

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