Traspasar el velo creativo es un suceso que infunde amor y rebeldía, más aún cuando la especie humana se redime en la huella literaria. Es ahí en donde la descripción y el sello rutilante de los días se trasplantan en aquellos códigos escritos perpetuados en la interminable balada de la vida. El hombre, como sujeto de afectos y desafectos, de corajes y ternuras, de rupturas y quebrantos, de inquietudes y futuros inciertos, se abre paso a partir del ritmo de la palabra refulgente provocando cuestionamientos que coadyuvan a que la fiesta cotidiana sea más digerible, a partir de la contemplación y el ejercicio reflexivo que demandan nuestros actos.
Es la poesía la manera fidedigna de comprender los signos de la humanidad en toda su dimensión. Es en los versos que emanan de la historia anónima en donde irradia la esperanza del juglar de todos los tiempos. Tras del cántico que propugna el escriba quedan impregnadas renovadas interrogantes. En la ocupación poética trasciende un ambiente intimista que prevalece como elemento ineludible en la vocación escrita, cuya legitimidad radica en la prolijidad de los conceptos y en la habilidad por desentrañar las interioridades del ser. Para el efecto, se concentran ideas, imágenes y sensaciones que irrumpen de la monotonía haciéndole un guiño al intelecto innovador.
El poeta es un testigo delirante de su época. Este apasionante oficio le otorga la condición de buscador de utopías. De buceador de realidades. De tallador de sentimientos comunes. De orfebre de anhelos ajenos.
El lenguaje poético desmitifica la naturaleza humana. Desde los confines de la existencia terrenal la poesía prevalece como el último bastión intangible que emana inconmensurable ética por la autenticidad expresiva. Ya nos advierte el mensaje bíblico: “Al principio era el verbo” (Juan, 1:1). La voz lírica tiene su punto de partida y despegue en las líneas temáticas provenientes de la vivencia que nos conmueve y angustia, y de la médula comunicativa que imprime el poeta.
El acto de la escritura tiene como particularidad desprenderse del ropaje rutinario y ocuparse en la construcción paradójica del jolgorio y la pesadumbre, de la felicidad y la desolación, de la placidez y el lamento, extraídos de los resquicios del mundo. Ese apasionante vínculo entre el poeta y su circundante escenario tiene como consecuencia la superación de la inmediatez, con el afán de alcanzar la prolongación del manto poético en la boca de los otros, en los seductores labios de las otras, en el vértigo de los desposeídos, en la mirada atónita de los necesitados, en la complicidad de los ángeles taciturnos, en la perennidad del fenómeno estético. La poesía hace más llevadera la tormentosa condición mundana. En definitiva, intenta humanizar la vida.