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El Telégrafo

“Es fácil manipular a alguien con poder de decisión”

09 de octubre de 2012

Así expresó, sin rebozo, el ex mayordomo del papa Benedicto XVI, Paolo Gabriele, antes de ser sentenciado a dieciocho meses de prisión el sábado pasado, por tomar documentos reservados suscritos por el Papa, y de otros que eran dirigidos al Pontífice, y sacarles fotocopias, en la máquina del despacho papal y en horas de oficina.

Este romano de 46 años y padre de tres hijos, era servidumbre de la Casa Pontificia, dedicado a la limpieza de las oficinas vaticanas. Por su disposición a siempre dar ayuda, fue adquiriendo confianzas y simpatías en un medio que generalmente no se caracteriza por la solidaridad, y en 2006 lo propusieron, no se sabe quiénes, para trabajar en el apartamento papal en reemplazo del mayordomo jubilado Angelo Gugel.

Cada amanecer, Paolo Gabriele caminaba desde  su domicilio, dentro de la muralla vaticana, hacia el apartamento papal para ayudar al Pontífice a bañarse, vestirse y para servirle el desayuno. Asistía a la misa matinal que oficiaba Benedicto XVI y recibía de sus manos la comunión, pero no conocemos con quién se confesaba. Sin tener cargo eclesiástico, ni ser diplomático de la Santa Sede, ni tampoco funcionario del banco del Vaticano, fue quien más tiempo pasaba con el Papa, todos los días.

El ex mayordomo entregó las fotocopias de todos los documentos importantes que pasaron por sus manos al periodista Gianluigi Nuzzi, cuyo libro “Su Santidad: los documentos secretos del papa Benedicto XVI” se convirtió en un éxito editorial cuando fue publicado en mayo pasado. Según Paolo Gabriele ha expresado, era el modo de acabar con la corrupción que el Papa tiene a su lado.

El accionar de este perverso traidor, ni a la genial escritora Agatha Christie pudo imaginársele.  La Gendarmería Vaticana descubrió en su domicilio cientos de miles de documentos. Algunos sobre la vida y la familia del Papa, tan privados, que incluso tenían escrita la sumilla “para destruir”.

Siempre, a las personas que tienen gran poder de decisión, se les adhieren unas extrañas personalidades que pronto o tardíamente hacen grave daño. Y el Santo Padre no puede ser la excepción. Lo sucedido al papa Benedicto XVI debe servir de advertencia. No se puede ni se debe confiar por el simple hecho que nos lo presenta  alguien en quien confiamos.

De repente, a este pobre sirviente, a quien la diosa Fortuna puso tan alto sin darle talento ni virtud, se le ocurrió que él podía cambiar el rumbo que la curia romana está señalando hace veintiún siglos.

La ruindad del ex mayordomo papal no tiene límites. Dijo que traicionó la fidelidad al Papa porque  considera que es una persona manipulable y mal informada. Y dejó claro que lo ama “como un padre” y que su accionar estuvo “infundido por el Espíritu Santo”.

Explicable solamente desde el punto de vista de la doctrina que proclama, la Santa Sede intercedió para que se rebaje la sentencia impuesta al traidor, que originalmente era de tres años.

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