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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Ernesto Laclau, un pensador latinoamericano

15 de abril de 2014

No es fácil escribir sobre el fallecimiento de quien uno considera como su maestro e inspirador intelectual. La tarea resulta aún más ardua tratándose de la primera, difícil cita con un escrito de esta índole y siendo su muerte tan subitánea, inesperada. Ernesto Laclau ha sido la razón de mi pasión académica, el filósofo cuyos libros he leído con inédita voracidad, parado en buses repletos, cuyos argumentos he defendido y esgrimido en repetidas ocasiones, a veces incluso con el ímpetu vehemente del principiante, cuyas ideas han propiciado en mí un sinnúmero de reflexiones, sobre todo a raíz de los raros encuentros que ahora recuerdo con particular nostalgia.

Pero como con todos los grandes, se va el hombre, y en este caso un hombre generoso, un ser humano cuya ausencia se hará notable en la gran comunidad de amigos, colegas y estimadores que deja huérfana, pero nos queda el consuelo de sus ideas, esas sí, destinadas a no perecer. Es a su legado intelectual que me quiero referir con unas breves notas claramente no exhaustivas, dejando a otros que lo conocían mejor el honor de describir sus virtudes personales.

Tras una atracción con el trotskismo en Argentina, en la década del 70 Laclau despliega una crítica a la teoría de la dependencia, echando luz sobre el tema del desarrollo en el contexto latinoamericano. Sin embargo, las contribuciones sin duda más importantes del pensador argentino llegan a partir de la década del 80, durante la cual se aleja de la influencia althusseriana para emprender un proyecto de innovación del pensamiento socialista, bautizado por muchos como posmarxista. Es la época de Hegemonía y Estrategia Socialista, escrito junto a su esposa, la filósofa belga Chantal Mouffe, a través del cual cuestionan el paradigma interpretativo marxista, anclado en la clase y en las relaciones de producción. De esa manera, la topografía de lo social que prevé una correlación mecanicista entre base y superestructura colapsa definitivamente y toma énfasis el concepto de hegemonía, elaborado originalmente a partir de las intuiciones de Gramsci. La fuerte influencia de la filosofía de Derrida y de la lingüística de Saussure y Hjelmslev lo llevan a la construcción de un nuevo edificio teórico, que toma el nombre de Escuela de Análisis del Discurso de Essex, caracterizado por postular la contingencia radical de las relaciones sociales y la práctica articulatoria como fuente de atribución del significado.

En los años sucesivos, asume cada vez peso en su pensamiento el legado del sicoanalista francés Lacan: en la década del 90 dedica particular atención a los procesos de identificación y de constitución de los antagonismos sociales, mientras con el nuevo siglo radicaliza estas reflexiones, enfocándose principalmente en los investimentos afectivos. La última obra de Laclau sobre el populismo, que desarrolla sobre la base de sus escritos de finales de la década del 70, rescata un término abusado y generalmente maltratado en la literatura para subrayar su potencial democrático. Según Laclau, el populismo es la vía más prometedora para la política radical contemporánea: los gobiernos nacional-populares latinoamericanos son la demostración más tangible de la actualidad del pensamiento del teórico argentino. En su última clase magistral celebrada hace pocos meses en la ciudad de Londres, Laclau había vuelto a subrayar la construcción discursiva de los antagonismos, reivindicando las influencias de Gramsci, Lacan y Heidegger. Su último esfuerzo, Los Fundamentos Retóricos de la Sociedad, una colección de ensayos, algunos de los cuales, inéditos, saldrá en mayo en Reino Unido.

Sin embargo, hay algo en el fermento mediático que se ha producido alrededor de su muerte que me deja perplejo. Muchos lo reducen banalmente al intelectual de referencia del kirchnerismo, casi un simple justificador del régimen. Es verdad, Laclau mantenía una importante afinidad con la presidenta Cristina Kirchner, con la cual se había reunido varias veces, y defendía sin ambigüedades ese proyecto político. Laclau tenía eso de bueno: no se quedaba simplemente en la filosofía, la praxis política era igualmente importante para él. Pero no se me escapa el objetivo de envilecer el filósofo que muchos artículos aparecidos en estos días esconden: para sus autores, el regreso a sus obras más significativas hará entender por qué Ernesto Laclau ha sido, es y será ante cualquier otra cosa una fuente de inspiración para generaciones de luchadores sociales en América Latina y en el mundo entero.

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