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El Telégrafo

Érase una vez…

26 de diciembre de 2012

Érase una vez una campesina que todas las mañanas llevaba dos baldes de agua para dar de beber a tres borregos y dos chivas. Uno de los baldes era viejito y perdía parte del agua que transportaba. Por este motivo el balde roto se sentía triste y desanimado. Un día decidió confiarse a su dueña. Le dijo: “Desde meses me estás utilizando y sabes que no estoy guardando el agua como debería ser. Me siento mal porque no respondo a la obligación que es la mía”. Tranquila la campesina le respondió: “No te preocupes. Más bien te agradezco. ¿No te has fijado que, por tu lado, el borde del camino que recorremos cada mañana está lleno de flores justamente por el agua que dejas perder? Cada día las estás regando: ¡mira cómo están bellas!”.

El balde roto somos nosotros, los que pensamos que estamos llenos de fallas  y que somos incapaces de cumplir a cabalidad los servicios a los que hemos sido llamados por el mero hecho de existir. Tal vez soñamos que tenemos que ser grandes personajes que realicen obras maravillosas. Mirémonos con realismo: no somos grandes personajes ni nunca vamos a realizar obras maravillosas. Pero si sabemos prestar pequeños servicios: de esta manera, sin darnos cuenta, estamos sembrando vida y alegría en el camino que nos ha tocado transitar.

Navidad nos da un gran mensaje de esperanza que confirma la grandeza de las pequeñas cosas. En Jesús, Dios no vino  triunfador, todo lo contrario: ¿quién es más débil que un recién nacido? Dios no vino omnipotente ni todopoderoso: Jesús nació en un pesebre en una gruta del campo de Belén sin más testigos que unos pastores sorprendidos. El mensaje navideño de esperanza es que Dios se hizo el más pequeño para que nadie se sienta marginado e incapaz de participar de la construcción del Reino.

San Pablo lo captó muy bien al escribir a los Corintios: “Dios eligió lo que el mundo considera inútil para avergonzar a los sabios y ha tomado lo que es débil para confundir lo que es fuerte. Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada para reducir a la nada lo que es”.   

Olvidémonos de los regalos, de las cenas navideñas, de los árboles llenos de miles de luces. Olvidémonos del papa Noel gordote y metiche que sustituye al Niño de la pesebrera.
Entendamos el verdadero sentido de la Navidad: Dios vivo en los fracasos de los pequeños. Muchas cosas en nuestro mundo caminan patas arribas y a veces nos pasa a nosotros. Pero Dios se ha hecho niño, se ha hecho pesebre, se ha hecho pueblo llano.

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