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El Telégrafo

¿Equipo “A” o equipo “B”?, ¿quién pone esos títulos?

06 de octubre de 2011

Fueron algunos los médicos que, después de múltiples pruebas, concluyeron que la actividad física de alto rendimiento en la altura era dispareja entre los que tenían adaptación y los que recién llegaban.

Existe menos oxígeno y la disminución de glóbulos rojos en los que llegan puede disminuir su rendimiento hasta en un 20%.

El informe llegó a la FIFA acompañado de la presión de  los países que antes clasificaban de manera más fácil a los mundiales de fútbol, quienes, al ver la posibilidad de evitar jugar con problemas de oxígeno, empujaron al organismo de fútbol mundial para que las ciudades que tienen altura no albergaran partidos oficiales. La FIFA dictó sentencia y estas urbes fueron vetadas.

Estalló el reclamo sensato de ciudades que por más de 60 años habían organizado programaciones y eventos futbolísticos con el simple derecho que les asistía. No era su culpa tener esa ubicación geográfica, era una especie de discriminación a algunas ciudades históricas, que tenían la mala suerte de haber sido fundadas y nacidas en zonas altas. Ellas no tendrían el derecho de ser parte de eventos futbolísticos internacionales.

Había poderosos argumentos de lado y lado, unos para mantener el veto y otros para echar abajo la medida.
Llamaban poderosamente la atención  quienes gritaban a los cuatro  vientos que la FIFA quería perjudicar a las ciudades de altura y que este fenómeno fisiológico no existía, que aquello no afecta.

El derecho al reclamo era prudente, el argumento insípido.

Existen miles de razonamientos básicos y justos para ganarse el derecho de jugar en la ciudad en la que cualquier inscrito a la FIFA demande, solo el hecho histórico y tiempo de afiliado pesaban de manera abrumadora.

La FIFA levantó el veto y todo volvió a la normalidad. Sin embargo, ahora, muchos de los que gritaban a todo pulmón que la altura no afectaba son fijos para formular a los equipos o selecciones que llegan a Quito la siguiente pregunta: “¿Cómo harán para contrarrestar el efecto altura?” ¡Pónganse de acuerdo!, ¿afecta o no afecta?

Cuando Venezuela dio la nómina que vendría a jugar a Quito para eliminatorias, muchos se frotaron las manos; no vienen Vizcarrondo, Fedor, Rondón, González, Arango, Cíchero. Dejan a jugadores clave, viene el equipo “B”, dijeron muchos. Hubo otros razonamientos, algo golpeados y llenos de ampollas en la conciencia, que argumentaron que Venezuela menospreciaba al rival. Salió a flote el resquemor al considerar que César Farías irrespetaba a Ecuador... como diría mi hija adolescente: “Por gusto”.

Farías llegó a Quito con el equipo “A” para jugar en la altura, no es el “B” ni el de descarte.

El técnico venezolano, no muy querido por preferir el silencio y la poca simpatía con los que llevan micrófonos y computadoras, llevó a Quito a los indicados, no a los mejores. Podría  estrellarse en el camino y ser víctima de quienes solo esperan que resbale para, una vez en el suelo, someterlo patadas verbales; pero también podría tener éxito y demostrar que su teoría era la correcta.

Parte de la vida del técnico es arriesgarse, ser innovador, buscar ser pionero, todo dentro de la coherencia, virtud que acompaña a Farías.  ¿Equipo “B” de Venezuela? ¿Cuántas selecciones llegaron a  Quito con el supuesto equipo “A” y vieron a sus grandes figuras terminar con la lengua colgando como corbata?

Lo olvidaba: si de verdad la altura no afecta, ¿por qué escucho con tanta frecuencia y preocupación el hecho de que estos jugadores de Venezuela vienen haciendo trabajo de adaptación?

A jugar, señores... ¡a jugar fútbol!

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