En este nuevo año se hace imprescindible para el proyecto de la Revolución Ciudadana llegar a acuerdos con diferentes sectores del movimiento indígena. Estos acuerdos deberían rebasar los enredos ideológicos acerca de las iniciativas históricas o de quién o quiénes deberían conducir una profunda transformación social. Es innegable que el movimiento indígena no solo representa ciertos intereses étnicos, sino también a un sinnúmero de sectores, grupos, clases, estamentos, que históricamente han estado marginados de la política pública, sin embargo, eso no implica que el movimiento indígena ha cometido severos errores políticos e ideológicos que llevan a exigir que el propio movimiento debe revolucionarse a su interior.
Tampoco se puede culpar al Gobierno de la pérdida momentánea del rumbo político del movimiento indígena. Hacerlo, como hemos visto, es dar una respuesta fácil que termina perjudicando a los sectores sociales. Incluso sectores académicos, entre esos nuevos intelectuales, van forjando su camino apoyando sin crítica al movimiento indígena, como también al régimen. Es mucho más lo que une al Gobierno y al movimiento indígena que lo que los desune. Quizás el punto de mayor conflicto ha sido el de quién da las pautas, quién dirige, en última instancia quién tiene la razón. Resulta al final que ambos bandos declaran tener la razón, cosa que en términos de la opinión pública, poco termina importando, cuando lo que busca la mayoría de la sociedad es mejorar sus condiciones de vida.
Ahora, estos enredos ideológicos -a esta altura- son difíciles de superar, porque quedaron atrapados y entrampados en las formas del discurso. Por el lado del Gobierno, un pragmatismo que ha sido necesario lo alejó de reflexionar la política más allá de las políticas públicas y la eficiencia tecnoburocrática; por el otro lado, al movimiento indígena (compuesto de múltiples organizaciones) le ha ido quedando insuficiente el discurso étnico, centrado, sobre todo, en lo cultural y simbólico. Deberá ampliar sus horizontes, ampliar su capacidad de escuchar dentro de sí mismo o, como dicen, dialogar con las “bases”, las cuales quedan en un abstracto al interior de los discursos reivindicativos. El movimiento indígena deberá profundizar su democratización interna, no bajo las formas mestizas o blancas, sino en términos de amplificar la participación comunitaria.
Por el lado del Gobierno, se entiende que deba defender sus logros, pero también someterse a una profunda organización de base, la cual debe ser política más que una máquina electoral. Entre el uno y el otro, además, encontramos una serie de grupos que todavía anhelan ser los cuadros dirigentes, la vanguardia revolucionaria o los protectores del Gobierno, o cierto tipo de intelectuales que se han auto-otorgado el título de protectores de indígenas. Un viejo rezago de la cristiandad católica en el pensamiento liberal, como diría Dussel.