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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Encrucijada y bruma de poemas peregrinos

20 de enero de 2015

La vida puede resumirse como la apuesta diaria con lo desconocido. Desde el acertijo de las cosas insondables, la poesía -como conjuro de vida- se manifiesta de cuerpo entero, en una tarea de orfebrería en plena aurora. Es la revelación en el escenario de las incertidumbres. Es el apremio por descifrar los códigos marchitos. Es la desnudez del hombre desde sus miedos e ilusiones. Es el anuncio de lo sagrado en detrimento de lo efímero. Es la alusión a las aristas que giran en las hendiduras del alma. Es la alucinación en los recovecos de la muerte.

El poema trasciende el mundo. Es la interpelación por el camino aún no definido. Es la cadencia del tiempo, en donde los colibríes son invitados de honor en los amaneceres fulgurantes. Es huella y senda en el hermético palpitar de los corazones peregrinos. Es el sonido de viejos acordes que retumban en la memoria de los otros. Es la angustia que decanta su propia sombra. Es luz que despierta el apetito de la Luna.

Campo de juego (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 2012) acopia un conjunto de poemas de Beatriz Schaefer Peña, cuya estructura se divide en dos partes, integradas -la primera- por textos que recogen el propio título y, en la segunda, definida como Campo raso.  

En Campo de juego se describe la seducción lúdica en el tablero en blanco y negro. Es la estrategia que se impone en cada jugada, en la cual las piezas designadas cumplen un rol determinado. Existe una abstracción entre el juego que vaticina caminos trazados y la propia existencia como una búsqueda incesante de respuestas tras la decisión de avanzar en el territorio de batalla. Como dice la autora: “Este porvenir incierto me deja, sin embargo,/ la esperanza de continuar en el día/ hacia la noche”.

La vida -esa competencia constante con lo inexplorado- se resalta en cada movimiento que permite la contienda. Es la conquista del rey en la “confrontación y lucha” de los opuestos. Es la validez de los triunfos y las derrotas en la paradoja de nuestros actos.    

En tanto, en Campo raso, desde su condición femenina, Schaefer acomete en el “anverso y reverso” del cauce humano, desde la historia, desde el dolor, desde el mensaje íntimo, desde las contradicciones, desde la conflictividad social en las calles bonaerenses, desde el señuelo dirigido a la otredad con tono de nostalgia: “… era imposible/ volver al pasadizo de los sueños/ cuando su transparencia/ se convierte en niebla/ donde se pierde la hondura del deseo,/ la plenitud del goce/ y el juramento que se cifra en lo eterno”.

Beatriz Schaefer provoca con la palabra llamas en la pira, cuya invocación perturba el antiguo dilema del Bien y el Mal. A la vez que nos propone señales: “El ayer es una incertidumbre del recuerdo/ y el mañana se esconde tras la máscara/ de los imposibles”.

Los poemas de Beatriz Schaefer van a la cacería de lo oculto “para descubrir/ la encrucijada”.

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