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El Telégrafo

Encontré una pirámide

24 de febrero de 2013

Solo tenía ojos para el suelo lodoso y tan irregular, que un mal paso… y al suelo. De hecho, me caí una docena de veces. El típico resbalón en el que se  cae sentado y se moja toda la entrepierna. El que se resbala el bastón para un costado y uno va tras de él. Una liana que al instante ata el pie en el aire y uno  se va de boca, en fin.

El camino se ponía más difícil, pues en las tres horas de caminata nos acompañó una llovizna que a ratos era un alivio, pues refrescaba el cuerpo sometido a un esfuerzo riguroso, en una travesía por montaña selvática invadida por ganado que hace caminos empantanados.

Los rumores de una pirámide en medio de la selva los había oído hacía unos meses, pero nadie mostraba algún tipo de prueba, como una foto o filmación. Daba la impresión de que todos quienes habían ido al sitio esperaban hallar un tesoro para ellos y nadie más, por eso el forzado silencio.

Mi compadre Mario Gamboa, guía y orquideólogo, me llamó el lunes que amaneció lluvioso y con neblina, lo cual no le preocupó. “Lo importante, compadre, es ir a caminar por la selva para desestresarnos”, me dijo.  Y bueno, me puse botas de caucho, impermeable, y le di un beso a mi esposa. “Vengo en la noche”, le dije.

Al llegar al sitio primero se ve una pared plana de unos 50 metros de alto con unos 90 grados de inclinación compuesta por extrañas piedras triangulares, lo cual puede ser efecto de una caprichosa formación rocosa, pensé. Pero luego subimos hacia el lado derecho unos 30 metros y contemplamos una gran pared con el mismo grado de inclinación -que los incas no manejaron- hecha con piedras cuadradas que encajaban unas con otras a la perfección.

El tamaño promedio de las rocas es entre medio a un metro cúbico, es decir, acomodarlas ahí implicó muchísima fuerza humana y la ayuda de poleas o maquinaria, además de que en algún sitio cercano debe estar la cantera donde se las talló, pues el terreno es tan irregular y quebrado que no tendría sentido traerlas de lejos... o tal vez sí. Quién sabe.

Apenas publiqué las fotos en mi Facebook/guidocalderon, empezaron extrañas reacciones. Desde decir que son naturales, hasta prohibirme el ingreso a un sitio que no saben dónde está. Diego Calvopiña, del Mintur, fue el más lúcido al proponerme avisar de este verdadero tesoro a Patrimonio para que arqueólogos expertos y antropólogos puedan venir a proteger, interpretar y direccionar los posibles beneficios turísticos a los campesinos de la zona sobre este descubrimiento que, en palabras de mi amigo Daniel Ortiz, “puede cambiar nuestra historia”.

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