Publicidad

Ecuador, 02 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

En ocho años, ¿el Ecuador cambió?

16 de enero de 2015

Sí. Y mucho. Es evidente y no cabe ninguna duda. Y cambió para bien. Uno es el país que la Revolución Ciudadana recibió en 2007 y otro es el Ecuador de 2014. Es más, en nada se parecen.

La semana anterior recibí a dos amigos colombianos, una pareja, a quienes no había visto hacía diez años. Su sorpresa al llegar, vía terrestre, a Ecuador fue tan grande que yo mismo me conmoví. Ella me dijo de entrada: “Yo esperaba encontrar a un país sucio y lleno de indígenas en las calles”. Y sí, esa era la imagen del Ecuador en muchos países del mundo. “Nunca imaginé que Ecuador creciera tanto, es un país del primer mundo y está mucho mejor que Colombia”, continuó ella. “Nos recomendaron venir por tierra, pero nunca imaginamos encontrarnos con un Ecuador tan hermoso”, me dijo él. “Es un país que se mueve, todos están haciendo algo, y todos son alegres”, me decía ella, entusiasmada.

En muchas ocasiones no somos conscientes de esos cambios, no los percibimos en su verdadera magnitud. Son parte de la cotidianidad. Pero lo cierto es que cambió en forma y fondo. Luego de ocho años es un Ecuador distinto; pasó de ese país del cuarto mundo a un país multicolor y alegre. Pasó de ese Ecuador exótico, lleno de postales con indígenas empobrecidos, a un país en movimiento, diverso y vital. La educación, la salud, la vivienda, las carreteras y la notable obra pública transformaron al Ecuador. La reinstitucionalización del Estado ha consolidado la democracia, el acceso a la justicia y a mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Aunque el cambio más importante quizá esté en el interior de cada ecuatoriano. Ya casi no existe el ciudadano deprimido y triste que nada puede y que se conforma con el ‘maldito destino’, resignado a su ‘mala suerte’. El ecuatoriano de hoy, sobre todo joven, cree firmemente en sus capacidades, sabe que todo podrá hacerlo si trabaja y se esfuerza por conseguirlo. El Ecuador de hoy, es ya un país del optimismo.

A todas luces, el saldo es más que positivo. No hay servicio público que no haya mejorado. La pobreza se ha reducido, la clase media se ha consolidado y los medianos y grandes empresarios, como nunca, han obtenido utilidades y ganancias históricas, al igual que la banca. Los salarios, de ser los más bajos, pasaron a ser de los más altos de la región, sobre todo para maestros, médicos y policías.

Esto, obviamente, no quiere decir que todo esté perfecto. No. Los propios servicios públicos deben seguir mejorando. La burocracia aún no tiene como objetivo básico el servicio a la comunidad. La participación ciudadana en la toma de decisiones es prácticamente nula. La permanente confrontación genera cierto clima que, a veces, enfada y ofende. Aún para los ecuatorianos no está claro qué es y para qué sirve el cambio de matriz productiva. No hay puentes que permitan constituir un diálogo político-social con sectores afines. Es más, cuando empiezan a construirse, enseguida son dinamitados. Y, hay que decirlo, aún hay deudas que el gobierno de la Revolución Ciudadana no ha conseguido pagar; la Revolución Agraria y la Revolución Cultural, por solo citar dos ejemplos.  Y si queremos pasar a la ‘era del conocimiento’ deberemos tomar en cuenta las deficiencias y la ‘percepción’ de los ecuatorianos respecto a las libertades, la lucha contra la corrupción y la inseguridad.

Lamentablemente, la oposición es mediocre y no tiene propuestas válidas. Cuánto bien le haría al país -y al propio Gobierno- una oposición inteligente, ética y propositiva. Pero es lo que hay, y con ella habrá que continuar desentendiéndose hasta 2017. Lo que vendrá luego es otro cantar. Por ahora, y luego de ocho años, el Ecuador tiene ‘más de mil razones’ para el optimismo y el agradecimiento.

Contenido externo patrocinado