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El Telégrafo

En la región más transparente

25 de mayo de 2012

Gran señor de la literatura y gozoso ciudadano de la vida, Carlos Fuentes desaparece a los 83 años de edad. Su incorporeidad se dio en su querida patria, siempre presente en su importante obra novelística, hoy definitivamente aureolada de inmortalidad.

Ya los medios de difusión nacionales y del exterior han recreado reputados y desconocidos episodios de su existencia como hombre justo e insigne literato, es difícil, por ello, traducir el depurado anecdotario de su sustantividad, con algún hecho que no haya sido publicado o conocido, por tanto, los alcances que se establezcan sobre Fuentes dicen relación con las excelencias de su sabiduría lingüística, en la arquitectura de personajes inmersos algunas veces en los misterios y secretos de ese gran fenómeno social, con reminiscencias de conmoción telúrica que fue la revolución mexicana.

Joven aún, escribió y publicó el “Chac Mool”, y más tarde “La región más transparente”, que Edmundo Rivadeneira  motivó a  adquirirla durante el exilio en Chile en 1964 y que adolescente “devoré” con pertinaz devoción. La magia de la realidad del devenir en la capital mexicana, descrita en ella, la constatamos en nuestra primera visita a Ciudad de México años más tarde.

“La muerte de Artemio Cruz”, llena de “racontos” y “flash back”, seguramente su libro más analizado, estudiado y traducido, solventó una técnica literaria singular, por lo preciso de su interacción, donde  las evocaciones  confrontan el onirismo de  su tierra, en toda  la minuciosa y diáfana crudeza, con la severidad del  ideal estético y la enorme sensibilidad del autor.

Las impredecibles oscilaciones vivenciales de los protagonistas de sus obras, con meditaciones sicológicas solventadas en “varias voces” -a las que habría que adicionar una especial: la del propio lector-, utilizadas en algunas de sus  novelas -los  ensayos, autobiografías y obras de teatro, la luz y sombra de la figuras diferenciadas en sus relatos que sumados llegan al medio centenar- trasuntan  factores vitales y desatan la energía inmaterial del espíritu humano y convirtieron a muchos en devotos de su producción literaria.

Carlos Fuentes, a más de su “oficio” de gran escritor, fue un latinoamericano, convencido y militante; en entrevistas  y conferencias, las talentosas reflexiones daban cuenta de su adhesión y orgullo hispanoamericano. Entre sus comentarios se repetía  aquel, cuando invitado a las universidades y uniones culturales en USA, el itinerario era marcado, no por sus cálidos anfitriones, sino por quienes seguían sus pasos, no precisamente en la senda de las letras.

Hoy este mexicano universal yace en sueño eterno. La perennidad del alma creadora y la de sus virtudes humanas se eternizan en las cenizas, que serán depositadas en París en el cementerio de Montparnasse, en la tumba en las que reposan sus hijos, trágicamente fallecidos: Carlos y Natasha. Nos inclinamos reverentes ante su tumba, en esta, su tercera muerte.

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