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El Telégrafo

En 2012, el mundo cambiará para quedarse igual

08 de enero de 2012

Los que crean que 2011 fue un año tumultuoso sólo tienen que esperar a ver las convulsiones que nos deparará 2012, cuando podemos prever que verdaderamente va a cambiar el mundo… para que todo siga igual.

Para empezar, en marzo coinciden dos rituales, vacíos de autenticidad pero cruciales en sus anunciados resultados, en dos superpotencias: las elecciones presidenciales en Rusia, que ganará Vladímir Putin para regresar al Kremlin; y la sesión anual de la Asamblea Popular China, en la que resultarán elegidos Xi Jinping, como nuevo gran líder del gigante asiático, y Li Keqiang, como jefe del Gobierno de Pekín.

En ambos casos, se pretende que nada cambie pero la imposición del continuismo del poder a ciudadanos cada día más indignados con sus gobernantes puede resultar explosiva. En Rusia, aunque las urnas vuelvan a estar rellenas de antemano, el cóctel de un nuevo zarismo corrupto y arbitrario agitado con una desigualdad social rampante amenaza con desencadenar una primavera eslava si los dos tercios de la población que cobran menos del salario medio del país (550 euros/mes) se alzan contra un sistema de oligarcas que ha convertido Moscú en la capital mundial de los milmillonarios (ya son más de cien allí).

En China, los salientes Hu Jintao y Wen Jiabao pronunciarán sendos informes de despedida, pero sus sucesores no tendrán que anunciar sus planes públicamente hasta dentro de un año (Li) o incluso cinco (Xi) porque supuestamente ya están previstos desde principios de 2011. Empero, las consecuencias de la crisis económica global para el coloso de la exportación pueden ser mucho menos previsibles, y si se estanca el crecimiento estallará el profundo malestar provocado por las brutales disparidades entre las grandes urbes y el campo, que aqueja a unos 300 millones de chinos.

Mucho más cerca, en la vecina Francia, a partir de abril se jugará el futuro político de Nicolas Sarkozy, que podría agotarse el 6 de mayo con la victoria presidencial de François Hollande. Sin embargo, y pese a las promesas de cambiarlo todo que lanzará durante la campaña, el líder socialista seguramente mantendrá intacto el eje franco-alemán siervo de los mercados una vez se instale en el Elíseo.

Mucho después, el 6 de noviembre, es más que probable que Barack Obama revalide el inquilinato de la Casa Blanca, sólo porque los votantes norteamericanos tienen miedo a cambiar de timonel en plena tormenta y los republicanos parecen incapaces de presentar un candidato sin defectos de fábrica. Así que, tras muchos aspavientos, EE.UU. quedará exactamente donde empezó: atascado en la recesión, dividido políticamente hasta la médula y disminuido en su hegemonía mundial.

Entretanto, América Latina se verá sacudida por elecciones fratricidas en México y Venezuela, mientras el arco de la crisis de Oriente Próximo tiembla bajo la presión de los procesos revolucionarios de la Primavera Árabe… algo que nadie pudo prever (incluido yo) hace un año.

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