Hace 100 años Eloy Alfaro y sus generales, Flavio y Medardo Alfaro, Manuel Serrano, Ulpiano Páez, Luciano Coral fueron asesinados en Quito por traidores del liberalismo, las cúpulas clericales fanáticas y los terratenientes feudales en el poder, desde el cual mantenían al pueblo en la miseria, ignorancia, fanatismo y explotación y al país en el atraso. Pedro J. Montero fue la primera víctima en Guayaquil.
Fue el más cruel asesinato a lo largo de nuestra historia. Como lo relata José María Vargas Vila (La Muerte del Cóndor), al grito de ¡Mueran los masones! ¡Viva la religión! ¡Mueran los herejes! “...(los asesinos) se dirigieron a la celda de Eloy Alfaro; husmean al héroe, cual si fuesen a cazar al león vencido, por entre el bosque de laureles que ha sido su vida; entran en la celda los galgos, …aúllan frente de la presa deseada; remolinean miedosos y feroces; el Gran Anciano surge ante ellos, erecto en toda su talla, como si el sol de la inmortalidad lo iluminase ya, en aquel trágico momento, en que va a arrebatarlo de la tierra, envuelto en el cendal de sus rayos luminosos; los brazos cruzados sobre el pecho, mira a los asesinos, con aquella mirada terrible que los había hecho temblar tantas veces y los apostrofa con aquella voz, hecha a marcar en la batalla los derroteros de la victoria.
¿Qué queréis? les dice. Mataros, viejo Eloy, le responde un soldado del Marañón y apunta su rifle contra él.
Cobardes dice el héroe; el traidor dispara; y el viejo Libertador cae, fracasado el cráneo por una bala; el corazón de América se rompió en pedazos; el único héroe auténtico yace en tierra; la más alta personalidad bélica y política…acaba de caer asesinada por la plebe enfurecida; lo ultrajan, lo escupen, lo desnudan, le atan una cuerda a los pies, y lo sacan a la calle; el éxodo de la muerte principia en ese horizonte de pavor; la hora es de las fieras...la turba…no es ya una turba, es algo inorgánico, enloquecido, monstruoso, que está fuera de los límites de la humanidad...la lúgubre procesión comienza…la cabeza es cortada en pedazos, le cortan los testículos; le arrancan el corazón…así llegan los cadáveres a El Ejido. ¿Qué queda del cuerpo de Eloy Alfaro? El tronco sin entrañas... se hace una pira...se les arroja en ella...las fieras ebrias, danzan, ríen, bromean...catorce horas dura la orgía, y nadie viene a oponerse a ella.
¿No hay gobierno en Quito? Sí lo hay; pero, es el gobierno quien ha ordenado su asesinato.
¿No hay soldados en Quito?...los hay por millares, pero son otros tantos millares de asesinos, paniaguados; lo que no hay en Quito, a esa hora, es hombres; no hay, sino fieras…”.
La inmortalidad de Alfaro la determinó su lucha, su amor al pueblo, su obra, su sacrificio por construir el Estado democrático y laico al servicio de las masas populares.
¡Bien hace la Revolución Ciudadana de encarnarse como alfarista!