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El Telégrafo

El valor político de la “Tri”

17 de octubre de 2013

Para algunos, es el motor de la unidad del país; para otros, es solo un referente de los tantos que existen respecto a la misma idea, con la diferencia  de que este equipo de fútbol recibe una atención mediática desmedida y  sus integrantes son  ídolos sobredimensionados socialmente.

No hay duda de que el balompié en sí mismo ocupa ahora un enorme espacio y tiempo en la vida del planeta. El campeonato mundial de este deporte, donde sea que se realice, moviliza dinero, recursos, pensamientos y tensiones. Por ello es un factor de diálogo social y de encuentros y desencuentros políticos, en toda la extensión de la palabra.

No es una exageración: desde este deporte y toda la estructura que lo sostiene, hay factores que definen muchos procesos y hasta ablandan otros en los momentos clave, emotivamente, por supuesto. Sobre todo si con él y desde él se desarrollan negocios y también el escalonamiento en las nuevas normas de la exposición social.

En cada futbolista hay un reflejo de lo que podemos y queremos ser, en esta era competitiva y de exhibicionismo mediático inconmensurableDe hecho, los futbolistas pasan a ser referentes -incluso- éticos del comportamiento humano. Que uno de ellos cometa pecados o sea un incólume ser que no genera ningún tipo de conflicto  es motivo para la reflexión familiar. Y en todo ello hay algo que los rodea: el ascenso económico plagado de todos los lujos y extravagancias posibles, a tal punto que no es difícil oír a un padre dar consejos a un hijo recomendándole hacerse futbolista, porque de escritor, intelectual o dramaturgo se va a morir de hambre indefectiblemente.

En el caso ecuatoriano, la denominada “Tri” es un caso particular y contiene un valor simbólico potente: la mayoría de sus integrantes proviene de una de las minorías más excluidas y segregadas del país; se trata de un organismo de carácter privado que se maneja como si fuese un bien público, con todas las exigencias y normativas que ello implica; y para más, genera la unidad nacional real, alrededor de una sola bandera y sin distingo de clase.

En cada futbolista hay un reflejo de lo que podemos y queremos ser, en esta era competitiva y de exhibicionismo mediático inconmensurable. Y ellos, nuestros jugadores, la mayoría afroecuatorianos, son lo que en realidad somos, aunque resulte redundante: luchadores, humildes, con ambiciones sanas, cargados de coraje y dignidad, como expresión de nuestra más íntima y abierta identidad como parte de un colectivo mayor.

Ahora bien, cuando la selección clasifica a un mundial,  adquiere un intenso valor político: atrae la atención del resto del planeta, el turismo se interesa por esa  pequeña nación que es capaz de enfrentarse a los poderosos, la maquinaria mercantil se moviliza para estimular negocios de toda índole, empezando por la “inundación” de camisetas, monopolio de una sola empresa. Somos, en la práctica, un país entero comprometido con una  causa: instalarnos en el mundo como un referente de la excelencia y la calidad. Solo falta que a eso  destaquemos un valor agregado: que somos una república en un proceso de transformación en otros niveles.

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