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El Telégrafo

El tren de la historia

05 de febrero de 2013

Aquella legendaria y bulliciosa maquinita que llenaba la patria de ruido y humareda, que cual ciempiés trepaba por los riscos de nuestros Andes y rodaba veloz por las planicies costaneras, hasta hace seis años se convirtió en pieza de museo y por más que los adultos nos empeñábamos en explicar a los chicos sobre su existencia y utilidad, no nos creían, pensaban que les tomábamos el pelo con nuestros fantásticos relatos del ferrocarril como medio de transporte e integración nacional.

Fue la obra cimera de don Eloy Alfaro y por esas ironías de la politiquería y la traición, le embarcaron en uno de sus vagones con rumbo macabro hacia el más nefando crimen cometido por la oligarquía de entonces para saciar su venganza por el “delito” de haber liderado la primera revolución transformadora de aquella sociedad dominada por “hostia-buchis” y asesinos de levita.

Con la Revolución Ciudadana, la segunda, que tiene la virtud de haber hecho los cambios en paz, el ferrocarril se levanta de las cenizas para volver a cruzar raudo por valles y llanuras, uniendo pueblos y ciudades, convertido en virtuoso elemento de transporte alternativo rural y comunitario y, sobre todo, como un poderoso agente promotor de un creciente turismo nacional e internacional, constituyéndose en una de las tantas razones para que el año anterior hayamos iniciado con pie firme la captación de la preferencia mundial como destino turístico.

Las estaciones del tren recuperaron el encanto y jolgorio de los pasajeros en tránsito, del barcito para la charla amena al sabor de un café o una copita, del adiós entre lágrimas y pañuelos al viento, de los peones a cargo de la carga, del silbido de la locomotora anunciando su salida y perdiéndose entre chacras, pastizales y desmontes para luego penetrar por túneles oscuros que transforman al viaje en una emocionante y deliciosa aventura.

La recuperación de aquel ícono nacional de transporte alternativo, amén de su valor intrínseco como dinámico agente de la producción y reactivación económica de zonas antes olvidadas, abona también en beneficio de nuestra autoestima, porque restaura una obra magistral del siglo XIX, convertida en el generoso legado del “Mejor ecuatoriano de todos los tiempos”; y porque embellece el paisaje convocando cuitas, nostalgias y recuerdos para la formación de una verdadera memoria colectiva.

También valió como telón de fondo para la vibrante promoción del candidato a la reelección que en ruta paralela recorre en bicicleta llevando el cálido y subliminal mensaje de la obra cumplida y la palabra empeñada. Nadie quiere perderse este viaje electoral en el tren de las grandes mayorías. Compre su boleto y suba, no se quede a pie en los predios del viejo país.

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