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El Telégrafo

El temor y el autoritarismo…

09 de septiembre de 2013

En estas semanas hemos visto un fenómeno de mezclas ideológicas entre las derechas y las izquierdas “críticas” que han activado dispositivos de miedo, temor y autoritarismo. Primero, han hecho un ejercicio de repetición de que es el Estado el único que puede producir miedo y autoritarismo por sí mismo.

Segundo, esa amalgama tiene sus sectores “intelectuales”, que convocan a fuentes filosóficas, sociológicas e históricas para tomar argumentos que sustenten sus análisis “originales” y declarar su combate al eurocentrismo, incluidos aquellos que han paseado y disfrutado del Viejo Continente. Ese ejercicio de citar fuentes para tener autoridad o proponer una autoridad al discurso que ejercen termina haciendo de las fuentes su propio fin y en algunos casos tan confuso como la moralidad de la que han llenado su aparente posición política. Tercero, con conciencia o sin ella, pero con intención, impulsan una matriz de opinión pública, de que vivimos un estado de miedo, etc. Sin embargo, el miedo, esa reacción a algo desconocido que es permanente de la condición humana, cuando tiene una forma definida se transforma en temor. Cuarto, el temor de aquellos se evidencia en los riesgos de perder sus privilegios, no necesariamente económicos, sino lo que deviene de ellos: prerrogativas, accesos, contactos, distinciones, en fin, un usufructo de “prestigios”. Una lógica que articula sus intereses de clase, estamentales, incluso de castas que los ha posicionado como pensadores “democráticos”, siempre y cuando se sostenga su distinción y que las posibilidades de pensar “críticamente” les sea un privilegio personal. Quinto, el temor a la democratización de la sociedad ecuatoriana pasa por la disputa de lo público; basta oír sus proclamas para comprender que exigen una continuidad de ser el centro pensante de lo público, a través de sus opiniones: sus formas, modos, figuras y ademanes. Sexto, estas posiciones que ocupan les lleva a exigir que se respete su tradición de ser la espiritualidad de la sociedad, de hacer de lo popular el objeto de su defensa moral, es decir, por un lado, pueden declararse populares y defensores del pueblo, pero por el otro lado, recrear, dibujar las fronteras de la diferencia social para evitar la mixtura. Son aquellos que usan con ligereza espantosa y fórmula de opinión el declarar cualquier acción contraria a sus intereses como “fascista”.

Las transformaciones que vivimos exigen fortaleza ideológica para que no sean los privatizadores de lo público quienes impongan la agenda política, y peor aún que hagan de ideales sociales meras cosas, como es el caso del Yasuní, el cual lo han centralizado y cosificado sin opción reflexiva. Si tienen temor es a la redistribución de la riqueza, a eliminar la pobreza, porque si sucede esto, sus privilegios, distinciones y prestigios se quedan sin la fuerza de trabajo que financia sus exquisiteces culturales y su autoritarismo moral.

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